Editoriales

Los gladiadores romanos

 

El imperio romano fue muy poderoso. Hay estudios comparativos en los que aparece como el más grande de la historia, aunque los parámetros de cotejo son discutibles.

Sin embargo, es una realidad que el pueblo romano requería de grandes espectáculos, y el Coliseo de Roma fue el anfiteatro mayor –construido por el emperador Vespasiano y su hijo Tito- de los 186 que se edificaron a lo largo del vasto imperio. El espectáculo común duraba todo el día, comenzando con actos de animales, y la ejecución pública de criminales que algunas veces eran devorados por leones. Luego se acostumbraba un acto artístico, con lo que se llegaba hasta la hora del almuerzo.

Por la tarde, se presentaban los gladiadores, y comenzaba el espectáculo central, que normalmente consistía en una docena de combates entre dos gladiadores en cada uno de ellos. Las novelas y películas han distorsionado la realidad, pues el combate era pactado por los lanistas, empresarios de este negocio, y controlado por un árbitro, no por ningún político. Si un gladiador hacía un buen papel, la multitud ondeaba un extremo de sus togas y capas pidiendo “misio” o piedad; y en caso contrario gritaban “iugula” que significa: córtale el cuello.

El patrocinador del evento indemnizaba al lanista por cada gladiador que moría en la arena. Para darnos idea de la realidad, le daré el dato de que en cien combates celebrados el siglo I, sólo 19 de 200 gladiadores murieron. Es una fantasía que los combates eran obligadas orgías de sangre y muerte, pues eran peleas preparadas del tipo de la lucha libre actual. Desde luego que los encuentros eran en serio, pero estaban controlados por el árbitro, y ni la multitud, menos el dignatario determinaba la suerte del gladiador, sino los intereses de los lanistas. La muchedumbre pedía la muerte del gladiador con el pulgar hacia arriba, no hacia abajo como las películas actuales publican.

Los gladiadores triunfantes eran muy homenajeados, comenzando con una invitación a subir al palco de los dignatarios, se le daba una rama de olivo y dinero sin importar que fuera esclavo. Un gladiador exitoso llevaba una vida envidiable, comparada con los deportistas exitosos actuales. Fama, dinero, libertad y de forma señalada, se convertían en el objetivo de las mujeres de su época. Era tanta la admiración femenina a estos gladiadores que el emperador Augusto no prohibió a las mujeres asistir al espectáculo, pero sólo podían ver la actuación desde los asientos traseros del coliseo. Un pueblo guerrero y conquistador como era el romano debía estar tranquilo, por eso se inventó a figura del gladiador.