Agosto 1º de 1936: Nace en Monterrey, Arturo de la Garza González, quien sería ganadero, empresario, líder político y amigo profesional.
Yo lo conocí desde mucho antes de que me lo presentara uno de sus parientes; su nombre, parecido al de su padre el gobernador Arturo B. de la Garza, se escuchaba en todas partes, no sólo en corridos rancheros.
Siempre sonriente, con una frase oportuna e irónica para sus amigos, y sarcástica para sus enemigos, nunca escondió un sentimiento: lo hacía saber con palabras o evidencias.
Siempre presto a echarle una mano a quien lo necesitara, sabedor de que si un amigo ayuda a otro, más que gratitud crece la amistad.
Con su camisa manga corta de algodón, de dibujos a cuadros estampados o de color liso; pantalón sin pinzas ni valenciana, que llegaba exactamente al inicio del tacón del calzado y, en vez de cinturón, unos tirantes elásticos que completaban su recia y original personalidad, su presencia se multiplicaba en la política y en la sociedad.
Con zapatos siempre boleados, sólo quienes eran muy observadores descubrían que no eran los mismos, pues tenía varios pares iguales, tal como sus automóviles que eran de la misma marca y modelo ya un poco pasados de moda.
En tiempos de frío su indumentaria era parecida, sólo que con camisa manga larga y chamarra de piel.
De vertiginosa memoria, Arturo de la Garza relataba una historia o anécdota relacionada con el tema de la conversación, así fuera de él mismo cuando se le quebró el diente frontal superior y que el dentista le ‘pegó’ otro parecido.
Las carcajadas que soltaba al término de sus relatos contagiaban a todos los oyentes.
Su atuendo generalmente era así, informal, y cuando asistía a eventos formales lucía un esmoquin negro que intentaba soportar hasta el final de los protocolos aunque evidenciara su incomodidad.
Arturo de la Garza cumple hoy 87 años de haber nacido, y hace más de una década que partió.
Pero como si lo hubiésemos visto ayer, sigue presente con su familia y sus amigos.
Fue un hombre afortunado porque durante su vida hizo lo que le apasionaba: hacer política, ayudar gente, vestirse como quería, servir a todos y pelearse con quien debía hacerlo, defendiendo sus ideales o a alguno de sus amigos.
Cómo me gustaría que nos diera su lectura de la enredada y envilecida política actual… seguramente sus carcajadas se escucharían hasta General Bravo.