03/May/2024
Editoriales

Los daños colaterales

La pandemia ha causado grandes estragos en el mundo, especialmente en América. 

En México y en nuestro estado se vive una guerra, sorda y fría, por la sobrevivencia; algunos podemos enclaustrarnos, pero la gran mayoría debe salir a buscar el sustento de su familia con una economía varada. 

Quien trabaja desde su casa ya no genera ingresos adicionales de horas extras o trabajos fortuitos que complementan el presupuesto familiar.

De los que salen a laborar, muchos quedaron sin empleo porque sus centros de trabajo están cerrados, y los que son comerciantes informales no venden nada.

Regresan a sus casas con las manos vacías, aunque algunos de sus empleadores les dan una mínima compensación, pues ellos también están emproblemados. 

Esos son los devastadores efectos económicos visibles, pero esta guerra -como todas- provoca daños colaterales, algunos invisibles, y otros espeluznantes.

Hace unos días murió de infarto fulminante un gran amigo y compañero de mi infancia, cuyo negocio era la venta de bienes raíces. 

No había realizado una sola operación desde marzo, y hace un mes -por teléfono- me explicaba que se sentía muy estresado, pues su economía era un desastre.

No podemos asegurar que su muerte sea por la pandemia, pero de que las condiciones creadas por ella lo presionaron al máximo, él mismo me lo dijo. 

Y no es caso único; hay miles de nuevoleoneses que se angustian viendo cómo se derrumban sus negocios.   

Pero hay niveles en el efecto del estrés. 

En las viviendas populares existen necesidades no satisfechas por falta de ingresos económicos que generan discusiones en las familias y comienzan a aparecer las tragedias.

Los niños inocentemente presionan a sus padres al llorar por hambre u otra necesidad, e incluso algunas veces por necedad.

Desde luego que la necesidad o la necedad no justifican la imbecilidad, pero la explica. 

El 30 de diciembre pasado, en la misma página roja del periódico venían publicadas dos tragedias hogareñas, de sendos actos criminales cometidos en sus propias casas.

Uno sucedió en Santa Catarina y el otro en Hidalgo, siendo las víctimas dos bebés, ambos de ocho meses de edad. 

Los presuntos asesinos son sus propios padres, hombres jóvenes de 24 y 22 años de edad respectivamente, y aunque no vienen sus declaraciones ante la autoridad, uno se imagina que esos horrendos crímenes se cometieron en un estado emocional de absoluta enajenación mental. 

No podemos menos que especular el móvil, que se encuentra en la situación descrita. Estos daños colaterales no forman parte de las estadísticas que informan los voceros gubernamentales, pero son dramas reales propiciados indirectamente por la pandemia.