28/Apr/2024
Editoriales

Los ingenieros civiles y el buen humor

Hoy que cumple 88 años la Facultad de Ingeniería Civil reciclo este texto del libro Paradojas, de mi autoría.

Estábamos recargados en el barandal del segundo piso de la facultad de ingeniería civil, Choloy, Lacho, Morton y yo, muy quitados de la pena.

El maestro Rosas acababa de explicarnos la clase de cálculo integral, y El Chico Rivera no llegaba aún al laboratorio de concreto porque su clase empezaba media hora después.

Era una tibia mañana de otoño de 1965, y desenfadadamente veíamos pasar a las muchachas que tomaban el camión por la calle Pedro de Alva de Ciudad Universitaria.

De pronto, se escuchó una carcajada que venía del salón de clases.

Era de una de esas risas sinceras, de tono alto -chillona, podría decirse- pero muy contagiosa.

Volteé a ver qué sucedía, y vi salir del salón a Guillermo riéndose también con singular entusiasmo.  

Debe ser algo muy chistoso, pensé, porque Guillermo era de carácter discreto.

Luego se contagió con la risa Eliud, después Reyes, y Heriberto también se estaba riendo.

Alguien se cayó, me dije tratando de no contagiarme de la risa que para ese momento ya era colectiva, pues Choloy se sumó a esa ópera bufa, y en el fondo me molestaba no saber lo que sucedía, porque en ese tiempo me creía muy listo.

¿Cómo podría pasar algo tan gracioso y no saberlo yo? pensaba

_¿De qué se ríen? Reclamé más o menos fuerte

Y más fuerte se reían.

La risa era lo de esa mañana, lo invadía todo y todo se transformó en menos de un minuto.

Nadie explicaba nada; imaginé “n” posibilidades de ridiculeces que pudieran estar pasando.

Pero yo no podía seguir así, tenía que tomar una importante decisión: o me reía junto con los demás haciéndome como si supiera el porqué de la risa, con el inconveniente que me sentiría perro de rancho, de los que ladran sin saber a qué, solo porque uno comenzó a hacerlo.

O la otra posibilidad era mantenerme serio, investigar lo que sucedía y entonces reírme si valía la pena, pero eso tenía el inconveniente de que no la valiera y no me reiría, con lo cual estaría en contra de mis compañeros, algo nada recomendable, cuando se estudia el segundo año de una carrera.

Para esas alturas, y en honor a la verdad, ya estaba aguantándome la risa, porque algunos se reían muy apeteciblemente.

Al fin decidí reírme uniéndome a los otros pensando que tarde o temprano sabría el motivo de la risa colectiva.

Solté la carcajada fuerte, pero con tan mala fortuna que lo hice justo cuando todos habían dejado de reír.

Sólo mi risa se escuchó y cuando me di cuenta, todos me veían y de nuevo comenzaron a reírse, pero ahora de mí.

Eso sucedió hace 56 años y desde entonces no me habían dado ganas de reírme tanto hasta ahora, cuando escucho que en México están resueltos los principales problemas de salud, de violencia, de corrupción, económicos, etcétera. 

Espero que sigan riéndose los que tienen buen humor, no vaya a ser que me pase otra vez que me quede riendo solo.