07/May/2024
Editoriales

La Invasión Norteamericana, parte 11ª. La Batalla de Monterrey

El Día 20 De Septiembre

 

El 20 de septiembre de 1846 se conmemoraba el 250º aniversario de la Fundación de la Ciudad, y no hubo el tradicional festejo que se venía realizando en los años anteriores. Todos pensaban sólo en la inédita e inminente invasión norteamericana, aunque se había recibido una buena noticia: en la madrugada entró, por el Camino Real, un convoy con víveres y 80 mil pesos en apoyo a las tropas nacionales. Esto significaba que la Ciudad estaba asediada pero no sitiada y habría salida para las familias que decidieran huir de la amenazadora batalla. 

 

Así que, a primera hora, el general Ampudia pidió una tregua al general Taylor para que las mujeres, los niños y los ancianos salieran de la Ciudad, pero el norteamericano se negó, iniciándose la Batalla de Monterrey.

 

La primera escaramuza fue cerca del Cerro del Obispado

Empezaron las hostilidades en las faldas del Cerro del Obispado. Tras el ingreso del convoy de víveres, el grupo de caballería dirigido por el general Worth sostuvo una escaramuza con un pelotón de soldados mexicanos al que derrotó y tomó como prisioneros. El jefe de ingenieros Luis Roble, quien estaba en el Obispado, avisó a Ampudia con un propio, y el teniente Berra, por su parte, hizo lo mismo con el llamado ‘telégrafo de banderas’. Ampudia reaccionó enviando 200 dragones de caballería para impedir que los norteamericanos ingresaran a la Ciudad por el Camino Real.

 

En el otro lado de la Ciudad, al oriente, los norteamericanos dirigidos por Taylor, tomaron sin oposición la Villa de Guadalupe y ocuparon la ribera sur del Río Santa Catarina, con lo que ya dominaban la espalda del ‘Fuerte de la Federación’, ubicado sobre la Loma Larga                 -instalación militar gemela a la del Obispado- cuya gola o puerta daba al oriente y las armas apuntaban al poniente.

 

Otros soldados invasores recorrían los límites de la Ciudad por el norte; y ya en la tarde tomaron con varios carros (carretas) y artillería, el Camino al Topo. La respuesta de los mexicanos fue mover la caballería nacional para situarla en un Jagüey -pozo de agua- que estaba entre el camino al Topo y el de Saltillo, tratando de cubrir los dos frentes.

 

Nombran gobernador a Francisco de Padua Morales

Ya estaba agonizando el día, cuando llegó de México una comunicación en la que se nombraba gobernador civil a Francisco de Padua Morales, quien se encontraba en Villa de Santiago:

 

“Tengo el honor de insertarlo a V. E. para conocimiento y satisfacción, esperando que inmediatamente se pondrá en marcha para esta capital, donde acordaremos medidas muy importantes para la salvación de la patria”

 

Como debieron haber sabido los altos manos de la Federación, el general Ampudia, al estilo antiguo y socarrón, “atendió pero no cumplió” las instrucciones, continuando como gobernador de facto en el estado.

 

Nunca faltan los que quieren aprovechar las crisis

En cuanto al ánimo de la población, muchas familias huyeron de la Ciudad, y entre las que se quedaron, había algunos reineros que, con su mística comercial especulativa, hicieron acopio de cantidades desproporcionadas de grano, esperando multiplicar su precio cuando escaseara, pues intuían que las aguas se agitarían, y sabían bien que, ‘a río revuelto, ganancia de pescadores’.  

 

Otros no obedecían el llamado de las autoridades para que apoyaran al Ejército Nacional entregándole sus caballos, alimentos, toda la lana y el algodón que tuvieran. Muchos de ellos no acataban lo instruido porque desconfiaban de los inestables gobernantes que cambiaban en un abrir y cerrar de ojos, y lo prometido por uno podría ser desconocido por el siguiente. 

 

Ante la falta de credibilidad del gobierno, la Iniciativa Privada genera confianza

Ante esto, Julián de Llano, respetado comerciante miembro de una prestigiada familia de patriotas, dio su palabra públicamente como garantía de que, en todo caso, él pagaría diez pesos por cada caballo que entregara la población, y que se encargaría también de que se pagaran la semilla y los otros bienes que cedieran a la causa de la defensa de la Ciudad. La gente confió en él y se entregaron los bienes en la Catedral de Monterrey, designada como cuartel general de las fuerzas de defensa. 

 

Hubo casos interesantes, como el de José María Almonte, hijo de José María Morelos, un monárquico convencido de que México requería de un monarca fuerte para que el orden pudiera imperar. Este señor, de quien se dicen algunas cosas no muy buenas, de su propio peculio compró cien fusiles nuevos, de baja tecnología y los donó a la causa de la defensa.  

 

Así transcurrió el primer día…

 

Retoman los invasores la ofensiva en el mismo rumbo de la Ciudad

A las seis de la mañana del día 21 de Septiembre, los norteamericanos equipados con su moderna artillería, se dividieron en tres grupos y uno de ellos enderezó un ataque contra los 200 dragones que custodiaban las faldas del Obispado. En los primeros tiros cayó muerto el comandante de los Lanceros de Jalisco Juan Nájera, y lo relevó al mando Mariano Moret, comandante del Regimiento de Guanajuato. De inmediato Moret se lanzó a la carga contra el enemigo, pero fue rechazado y debió regresar maltrecho, con sólo una parte de los Lanceros que en su mayoría cayeron muertos frente a la artillería invasora.

 

Este resultado era lógico, pues los Lanceros eran caballería ligera, es decir, jinetes armados con lanza y espada, que poco podían hacer contra los modernos rifles norteamericanos.

 

Envía Ampudia ayuda a Nájera y Moret; llegan tarde

Informado, de inmediato el general Ampudia envió al general potosino, García Conde con dos piezas de artillería y el batallón Aguascalientes, más la gente de Anastasio Torrejón. Fueron a reforzar a Nájera y Moret, pero se encontraron con Moret que ya venía en retirada y mejor todos regresaron a la Plaza de Armas, con excepción de las tropas de Torrejón, que fueron enviadas al Puente de la Purísima (en Diego de Montemayor y Allende, aprox.)

 

Una vez que los mexicanos habían dejado libre el camino a Saltillo con el retiro de Moret, los invasores dirigidos por Worth tomaron sin problema las faldas del Cerro del Obispado, para luego dirigirse al Fuerte de la Federación que estaba sobre la Loma Larga. 

 

El combate en el Fortín de Tenerías

En otro punto de la Ciudad se dio un feroz combate: En el Fortín de Tenerías, defendido heroicamente por una corta guarnición y cuatro piezas de artillería. Cuando los invasores estaban a punto de asaltarlo, Ampudia envió al 3º batallón ligero, al mando de Domingo Nava y el subteniente de artillería Agustín Espinosa, abriendo brecha y enfrentando al enemigo con valor.

 

A pesar de ello, era evidente la desventaja en capacidad de fuego, pero el teniente coronel Domingo Nava ordenó formarse en columnas, armarse a bayoneta y lanzarse sobre el enemigo, decidido a morir peleando.

 

Esto impactó en las filas enemigas, pues los mexicanos se preparaban abiertamente para un ataque, y los norteamericanos se replegaron, porque además llegó la caballería nacional. Este impasse permitió que los nuestros se reacomodaran en el Fortín de la Tenería, pero cuando los invasores vieron que la caballería sólo amagaba sin atacar, se lanzaron sobre el fortín, incendiando las defensas hechas de costales de lana y paja. 

 

Desalojan los nacionales el Fortín de Tenerías

En esas condiciones desventajosas, los nacionales no tuvieron más alternativa que desalojar el Fortín de Tenerías. Algunos de los que salieron de esa instalación militar, se fueron al Fortín del Diablo, y al de La Purísima.  

 

El comandante Juan Domínguez acompañó la retirada de los mexicanos por la “gola” -entrada pequeña de una fortaleza- y cubriendo la retirada quedando solos en la Tenería: los subtenientes de artillería Agustín Espinosa y Manuel Balbontín; un oficial de infantería de apellido Castelán; un soldado de tercera; y el Capitán Servín, que siguieron a los demás en su retirada al Fortín del Diablo y al Puente de la Purísima.

 

Las diferencias del avituallamiento entrambos ejércitos

La otoñal tarde era fría y lluviosa, evidenciando más aún las diferencias entre los contendientes. Mientras los soldados norteamericanos portaban en sus mochilas impermeables, a los soldados mexicanos se les ofrecía para mitigar las incómodas condiciones atmosféricas, sólo unos tragos de mezcal.

 

Los invasores aprovechaban todo. Como muchas manzanas urbanas no estaban totalmente fincadas, había casas y solares sembrados con milpas, árboles frutales y de sombra, mismos que se había ordenado desmontar, pero no hubo tiempo para cumplir esa orden. Esta vegetación terminó sirviendo de escondite a los soldados norteamericanos.

 

Uno de los grupos invasores atacó entrando por la ribera del Río Santa Catarina a la altura de la actual calle de Francisco Naranjo -donde hoy se encuentra la Plaza Héroes de 1846-, defendida por una pequeña guarnición atrincherada que enfrentó el ataque con valor, pero fue rápidamente vencida. Los invasores que venían del poniente, aprovecharon que la ubicación de los mexicanos les obligaba a ver al oriente, y los atacaron por la espalda.

 

Además de falta de vituallas, hubo desabasto de municiones

A estas alturas los soldados mexicanos ya estaban en aprietos; de las Memorias del Artillero Manuel Balbontín podemos destacar este párrafo:

 

La tropa sufría una gran fatiga: los soldados tenían los labios negros de la pólvora y esta circunstancia y la agitación del combate, les producía una sed abrasadora. En cuanto a las municiones nadie sabía dónde hallarlas…”

 

Los norteamericanos no estaban en un Día de Campo

Los mexicanos reubicados en el Fortín del Diablo y el Puente de la Purísima, abrieron fuego a distancia sobre los norteamericanos que trataban de acomodarse en la Tenería. Aunque los invasores lanzaron tres embestidas, en ninguna lograron avanzar. El general Francisco Mejía que comandaba las tropas del Diablo y del Puente de la Purísima, mandó un ataque que (según se narra en Apuntes para la historia de la Guerra entre México y los Estados Unidos):

 

“… revivió la lucha ensangrentada, y se prolongó tenaz y con encarnizamiento: cuando agotadas las municiones pidieron parque los soldados al general Mejía, éste contestó que no se necesitaba mientras hubiera bayonetas… “enviados por Mejía al combate “… pecho a pecho, armas contra arma, confundidos frenéticos, cargan los nuestros… sobre los cadáveres de nuestros enemigos…” los norteamericanos luego de sufrir numerosas bajas entre heridos y muertos se retiraron al Bosque del Nogalar dejando una pequeña pero bien armada fuerza en Tenerías.

 

Ampudia no aceptó la sugerencia de Mejía de atacar al invasor que reculaba

Al momento que los norteamericanos emprendieron la retirada, Mejía sugirió a Ampudia atacarlos con toda la caballería, que estaba fresca e intacta, para acabarlos de una vez; pero Ampudia decidió enviar a sólo veinte elementos de caballería que daba la impresión que escoltaban a los norteamericanos, no que les hacían la guerra.

 

La lucha por el Fortín de la Federación que estaba en la Loma Larga

Mientras tanto, la infantería norteamericana cruzaba el Río Santa Catarina con rumbo al Fortín de la Federación sobre la Loma Larga, aunque allí fue atacada por la caballería al mando de Manuel Rincón. Sin embargo, los invasores se ocultaron en unas milpas y los mexicanos no les dieron alcance porque unos troncos impidieron avanzar a los caballos.

 

Mariano Moret trató con un piquete de lanceros de detener a la infantería que se dirigía al Fuerte de la Federación que era solo custodiado por 80 hombres y dos cañones inocuos. Pero Moret y su caballo recibieron más de doce tiros, ninguno de muerte, y los  norteamericanos, sin problemas, lograron tomar El Fuerte de la Federación.

 

Los combates se dieron entre las siete de la mañana y las tres de la tarde. Los prisioneros mexicanos fueron llevado al cuartel del Bosque del Nogalar, alimentados y tratados en forma humanitaria por el propio Taylor.

 

El Día 22 de Septiembre

 

Sorprenden de nuevo a los mexicanos, arrebatándoles un cañón en el Obispado

EL edificio del Obispado era custodiado por 200 mexicanos de diferentes armas y sólo cuatro cañones: tres apuntando a Saltillo y otro en una cresta semi fortificada. Los norteamericanos, rompiendo de nuevo las costumbres de la guerra, durante la madrugada escalaron el cerro y tomaron por sorpresa la cresta donde estaba el solitario cañón y desde ahí pudieron atacar a los sorprendidos mexicanos.

 

Los nacionales eran atacados a dos fuegos; desde la propia cresta del Obispado y desde El Fuerte de la Federación. Ante semejante ofensiva, el teniente coronel Francisco Berra  y el general José López Uraga, encargados de la defensa  del Obispado pidieron refuerzos constantemente, pero la respuesta fue que tenían lo suficiente para defenderse.

 

Al desalojar el Cerro del Obispado, ‘olvidan’ la bandera mexicana

Así que Uraga contestó a Ampudia que, si para las doce del mediodía no tenía un refuerzo de al menos 80 infantes y dos piezas de artillería se retiraría; y así lo hizo. Berra resistió un poco más, pero los invasores escalaron el cerro y los mexicanos lo desalojaron por el lado oriente. Dato anecdótico es que por las prisas de huir la bandera nacional fue olvidada, y un piquete de soldados hubo de regresar por ella en medio del fuego enemigo.

 

Cada grupo que se retiraba era concentrado en la Ciudadela o “Catedral Nueva” sin que se intentara recuperar ningún punto perdido, mientras los norteamericanos cercaban cada vez más a la Ciudad.

 

Así anocheció.

 

El Día 23 de Septiembre.

 

Antes de comenzar la batalla de ese día, los norteamericanos desayunaron abundantes galletas, jamón, y café; mientras que los nuestros recibieron solamente un trago de mezcal.

 

Cercan a las tropas nacionales que estaban en La Ciudadela

Como era costumbre de los norteamericanos, a primera hora de la mañana realizaron un recorrido y de nuevo con sorpresa, rodearon con modernos obuses La Ciudadela o “Nueva Catedral” desde las milpas desmontadas los días anteriores, quedando atrapadas las tropas ahí reunidas, sin posibilidades de defenderse o atacar.

El acto heroico de Josefa Zozaya

En el frente del lado oriente, el de Tenerías, el ejército invasor lanzó un poderoso ataque. Para describirlo de nuevo veamos lo narrado en ‘Apuntes para la Historia de la Guerra entre México y los Estados Unidos’:

 

 “a las diez de la mañana, el enemigo ocupó los puestos abandonados la noche anterior: a las once embiste por el Este con decisión: generalízase el fuego y cunde ardiente hasta las casas de la plaza principal. En esos momentos, sublime como las heroínas de Esparta y de Roma, y bella como las deidades protectoras que se forjaban los griegos, se presenta la señorita Doña Maria Josefa Zozaya en la casa del Sr. Garza Flores entre los soldados que peleaban en la azotea; los alienta y municiona; les enseña a despreciar los peligros. La hermosura y la categoría de esta joven les comunicaban nuevos atractivos: era necesario vencer para admirarla, o morir a sus ojos para hacerse digno de su sonrisa. ¡Era una personificación hermosa de la patria misma: era el bello ideal del heroísmo con todos sus hechizos, con toda su tierna seducción! 

 

La fiera y sanguinaria lucha en el Centro de la Ciudad

A estas alturas, la batalla era urbana y generalizada. Los mexicanos ofrecían una fiera defensa, manteniendo a raya a los invasores, y ninguna de las dos partes del combate podía avanzar. Se peleaba en las calles obstaculizadas con barricadas improvisadas por cada bando. No pocos vecinos, con sus rústicas armas de cacería, piedras y otros objetos de defensa, subieron a las azoteas para atacar a los norteamericanos.

 

Los impíos combates se multiplicaron, hasta dentro de algunos hogares

Y la respuesta de los norteamericanos fue sorprendente: ante la imposibilidad de avanzar por las calles comenzaron a hacerlo lentamente perforando las paredes de las casas para ingresar a ellas y aproximarse al objetivo. La respuesta de los vecinos fue abrir las puertas a los nacionales para que los combatieran. Ello convirtió a muchos hogares en campos de batalla. Por las ventanas se lanzaban bombas, se abrían agujeros en los lugares mas impensados; algunas mujeres y hasta niños se armaron de machetes, cuchillos, o azadones.

 

“Para ocupar la plaza, derribaban paredes, hacían horadaciones, abrían aspilleras en los muros intermedios, que solían servir para ambos combatientes, y de esta suerte fueron ganando casa por casa, venciendo una resistencia heroica en que tomaron parte aun algunas mujeres.” Esta parte es tomada de ‘Recuerdos de la invasión norteamericana’.

 

Era lógico que el armamento superior de los norteamericanos se impondría, pero además mostraron su absoluta impiedad luchando con fiereza en el seno de los sagrados hogares regiomontanos a pesar de la débil condición de sus ‘tremendos enemigos’. 

 

A pesar de todo, los invasores no llegaban al corazón de Monterrey; se aproximaba la tarde y con ello una brutal incertidumbre. Porque los vecinos temían que el ataque continuara en la confusión de la obscuridad, cuando de pronto todo se detuvo.

 

Las condiciones de la defensa al término del día 23 de septiembre

Al final del día 23 los mexicanos estaban concentrados en La Plaza de la Carne -hoy Plaza Hidalgo-, el Palacio Municipal, la Plaza de Armas -hoy Plaza Zaragoza-. En la Catedral había suficiente alimento y parque para aguantar varias semanas de sitio; todos los elementos militares desplazados de otras posiciones y la caballería, en total casi cinco mil hombres, más los vecinos listos para resistir. 

 

Es lógico suponer que en los momentos decisivos nadie tenía la información que ahora poseemos, pero algunos militares como Manuel Balbontín y Francisco Mejía aseguraban que Taylor no podría sostener otros tres días de combate.

 

La inesperada capitulación de Ampudia

Sin embargo, a pesar de que no había un triunfador seguro, el general Pedro de Ampudia tomó la decisión de rendirse, con estas palabras:

 

hallándonos cercados nosotros de enemigos atrincherados, era consiguiente se dispersase la tropa y nada quedase del material también tuve presente lo que padecía la ciudad con los ataques comenzados la escasez que comenzaba a sentirse de parque, los víveres perdidos conforme se adelantaban las líneas del enemigo hacia el centro, lo distante de los recursos, y, por último, que la prolongación por dos o tres días, si acaso era posible no podía producir mi triunfo, consentí en abrir proposiciones que dieran por resultado el convenio de capitulación

 

 

El Día 24 de Septiembre

A primera hora de la mañana comenzaron las negociaciones. Por los nacionales participaron los generales Requena y Ortega, así como el ex gobernador Manuel María de Llano; por los estadounidenses, el general Worth, Pinkney Henderson, y el coronel Jefferson Davis. 

 

López Uraga y Mejía insistían en pelear hasta el final, pero el acuerdo de rendición llegó a la media noche, en estos términos: 

 

 

Términos de la capitulación de la ciudad de Monterrey, capital de Nuevo León, convenidos por los infrascritos comisionados, a sabor: El Sr. general Worth, del ejército de los Estados Unidos, el Sr. general Henderson de los voluntarios de Texas, y coronel Davis, de los rifleros del Mississippi, de parte del Sr. mayor general Taylor, comandante en jefe de las fuerzas de los Estados Unidos; y los Sres. generales D. Tomás Requena, D. José María Ortega, y el Sr. D. Manuel María del Llano, de parle del Sr. general D. Pedro de Ampudia, general en jefe del ejército del Norte.

Art.1º Como legitimo resultado de las operaciones sobre este lugar, y la posición  presente de los ejércitos beligerantes, se ha convenido que la ciudad, las fortificaciones, los fuerzas de artillería, las municiones de guerra y toda cualquiera otra propiedad pública, con las excepciones abajo estipuladas, serán entregadas al general en jefe de las fuerzas de los Estados Unidos, que se halla al presente en Monterrey.

Art. 2º A las fuerzas mexicanas les será permitido retener las armas siguientes: los oficiales sus espadas, la infantería sus armas y equipo, la caballería  sus armas y equipo, la artillería una balería de campaña que no excederá de seis piezas con veintiún tiros.

Art. 3º Que las fuerzas mexicanas se retirarán dentro de siete días contados desde esta fecha, más allá de la línea formada, paso de la Rinconada, la ciudad de Linares y San Fernando Presas.

Art. 4º Que la catedral nueva, nombrada Ciudadela de Monterrey, será evacuada por los mexicanos y ocupada por las fuerzas americanas, mañana a las diez de ella.

Art. 5º Con objeto de evitar encuentros desagradables y por conveniencia mutua, las tropas de los Estados Unidos no ocuparán la ciudad hasta la evacuación de ella de las fuerzas mexicanas, exceptuándose para ello las casas necesarias para hospital y para almacenes.

Art. 6º Que las fuerzas de los Estados Unidos no avanzarán más allá de la línea especificada en el segundo articulo, antes de ocho semanas ó el tiempo que se juzgue necesario para recibir las órdenes ó instrucciones de los gobiernos respectivos.

Art. 7º Que la propiedad del gobierno general será entregada y recibida por oficiales nombrados por los generales en jefe de ambos ejércitos.

Art. 8º Cualquiera duda que ocurra sobre la inteligencia de los precedentes artículos, se resolverá de la manera más equitativa y sobre principios de liberalidad para el ejército que se retira.

Art. 9º Se hará un saludo por la misma batería de la catedral nueva, nombrada Ciudadela, al tiempo de bajar la bandera mexicana.

Monterrey, Septiembre 24 de 1846.  T. Requena. J. María de OrtegaManuel María del Llano. W. J. Worth, general del ejército de los Estados Unidos.  J. Pinkney Henderson, general de los voluntarios de Texas.  Jefferson Davis,  coronel de los rifleros del Mississippi. Pedro de Ampudia-  —Z. Taylor, mayor general comandante de las fuerzas de los Estados Unidos

 

Deja Ampudia el mando civil a Francisco de Padua Morales

El sábado 26 de septiembre de 1846, las tropas mexicanas comandadas por el general Tomás Requena evacuaban la Ciudad, dejando tras de sí a una población inerme que había se había jugado el todo por el todo, arriesgando su vida. Vale subrayar que los habitantes de Monterrey no estaban preparados para pelear directamente, pues la decisión de no enfrentar al enemigo en las afueras de la Ciudad, sino en las calles y las casas no se la consultaron. 

 

Comenzaba la ocupación de Monterrey. Continuará…

 

FUENTES

 

Vicente Riva Palacio y otros, México a Través de los Siglos, Editorial Cumbre, 1983, todos VII y VIII.      

Carlos María de Bustamante, El Nuevo Bernal Díaz del Castillo, Fondo de Cultura Económica, 1994.      

Lucas Alamán, Historia de México, Editorial Jus, 1990, tomo V.     

Leopoldo Espinosa Benavides, Un Imperio Venido a Menos, Editorial Porrúa, 2014     

José María Iglesias y otros, Apuntes para la Historia de la Guerra entre México y los Estados Unidos, Conaculta, 2005.      

Leopoldo Espinosa Benavides, El Separatismo Mexicano, Editorial Porrúa, 2016 

José María Roa Bárcena, Recuerdos de la invasión norteamericana 1846-1848: por un joven de entonces, Versión electrónica Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes Saavedra.

David Alberto Cossío, obras completas Tomo VI, compilado por Adalberto Madero, Congreso del Estado de Nuevo León, Monterrey, 2000

Eduardo Cázares Puente, Laberintos de muerte: La Batalla de Monterrey de 1846, UANL, Monterrey, 2013