China es un gran país; no sólo por el número de habitantes y su tamaño geográfico, sino por su historia como potencia mundial. Las artes, la ciencia y la filosofía son materias que los chinos dominaban antes de que existieran más de la mitad de la otras naciones del mundo. En calidad de ejemplo, veamos el antecedente de los cerillos o cerillas cuyo uso es tan común como se requiere prender una fogata para cocinar, o paliar el frío. Los chinos ponían una porción de azufre a una varilla y luego la prendían con el contacto de una chispa. Así los cerillos fueron utilizados por siglos, hasta que el físico y químico inglés Robert Boyle en 1680 experimentó con el fósforo, estando cerca de inventar las cerillas cuando impregnó varillas de madera con azufre, las cuales, al friccionarse, generaron una llama efímera, pero el olor que desprendían era fétido, y los vapores generados, muy venenosos, pues juntos ambos elementos ya representaban un peligro. Esto hizo que Boyle abandonara su proyecto de investigación. Un siglo después, en 1780, el holandés Jan Ingenhousz utilizó fósforo en frasquitos en los que introducía un palito de madera que frotándolo, encendía. En 1805 se publicó en 1805 en Journal de L’Empire, el fósforo como elemento rápido para iniciar fuego, pues ya desde 1800 se usaba azufre mezclado con clorato potásico y azúcar. El capitán Manby, -inventor del cohete lanzavidas- fue el primero en utilizar la mezcla como fuente de energía. Para 1830 el químico inglés Jones, ya hasta nombre le dio a sus cerillas, llamándolas “cerillas de Prometeo”, en alusión al ser mitológico que mantenía el fuego sagrado. Se trataba de palillos enrollados que en el extremo había una mezcla de clorato de potasio, azúcar y azufre, vendiéndose al público con una pequeña ampolleta que se rompía con una tenaza, y como el ácido se contactaba con la mezcla, se iniciaba la combustión. Desde 1827 el farmacéutico inglés John Walker ya vendía cerillas en su botica, y tuvo éxito, pero desafortunadamente no patentó su invento, como se lo recomendaba su amigo Faraday, inventor del motor eléctrico. A las cerillas de Walker se les llamaba “lucíferos”, pero el nombre daba miedo a los compradores. Esas cerillas estaban muy avanzadas, con una capa de sulfuro de antimonio y cloruro potásico, formando una pasta que mantenía unida mediante cola, que se pretendía pasar por una lija o rascador. Hasta que aparecieron los fósforos definitivos en Suecia 1852, y posteriormente el austriaco Krakowitz dio a las cabezas de los fósforos un aspecto metálico recubriéndolas con sulfuro de plomo, y sustituyó la madera del palito por un trenzado de algodón. Así fue cómo el fósforo se convirtió en cerilla o en cerillo, y parece mentira, pero el encendedor se inventó poco antes que el cerillo moderno. Pero esa es otra historia.
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