27/Apr/2024
Editoriales

¿Qué crees que pasó?

Julio 7 de 1884: Nombra el Congreso norteamericano una comisión legislativa para visitar México y otros países de América Latina para estrechar relaciones comerciales y fomentar las inversiones. Esto obedece al deseo de “evitar la tentación de las naciones americanas de contratar con las potencias europeas convenios o concesiones o alianzas perjudiciales”.  El 11 de marzo anterior, el senado norteamericano aprobaba el informe de la Comisión de Comercio Exterior en donde dice: “las producciones de México son principalmente de materias primas. Los habitantes en su mayoría se ocupan de la minería y agricultura. Estados Unidos puede aportar el sobrante de sus cereales; México puede y debe ser su mercado; es nuestro mejor mercado, mejor que cualquiera de ultramar”.

El presidente Manuel González se encontraba en ese momento reestructurando la economía con la fusión de los Bancos Mercantil y Nacional, y el Monte de Piedad, entre otras medidas tendientes a superar la crisis económica que agobiaba –una vez más- a las finanzas nacionales, así que saludó con optimismo el hecho y la voluntad de los norteamericanos de intervenir con sus productos y capitales en la economía nacional. Además de necesario era oportuno, y vaya que le apremiaba porque el primero de diciembre de ese año, Porfirio Díaz tomaría de nuevo las riendas de la nación, y Manuel González preparaba su último informe y necesitaba dar noticias alentadoras a los mexicanos. Claro que a él le esperaban ansiosos los guanajuatenses para que los gobernara, ya que el Congreso local lo había nombrado Gobernador Constitucional. En fin, que fue González quien abrió el país a las inversiones extranjeras norteamericanas e inglesas en las áreas básicas de la producción para que nos “auxilien desinteresadamente”, mientras Porfirio Díaz expresaba en su recurrente discurso su “repudio por el reeleccionismo”. Las declaraciones demagógicas y mentiras han hecho de nuestro México un país débil. Los mexicanos nunca sabemos a qué atenernos; se requieren menos palabras y más hechos que nos unan a todos, pues la división entre los que creen los discursos políticos y los que no los creen, nos debilita como nación.