Editoriales

La música

Todavía a mediados del siglo XIX la música era considerada un arte inferior; podía “salvarse” sólo si era vocalizada, si transmitía mensajes con palabras. Porque en la concepción clásica, el arte debía ser mimético, imitando la vida real o tener al menos un vínculo con la realidad. De no ser así, el arte no tenía ningún valor intelectual, por eso la música sin palabras no tenía importancia, era un conjunto sonoro sin interés. 

El momento del cambio no está bien determinado, pero hay ejemplos contundentes de que la música instrumental es un arte mayor, y el más trascendental. La noche previa de iniciar en el Kremlin las reformas más relevantes de la URSS que le llevaron a su desintegración, Michael Gorbachov estuvo con su esposa Raísa en un concierto de Mahler, y se fue a su casa con lágrimas en los ojos. 

La música es la más primitiva de las formas de arte; puede haber sido el primer intérprete, la primera válvula de escape de los sentimientos humanos. Su origen es nebuloso, aunque existan mitos y leyendas que lo narran, se considera que la música tiene algo que ver con la necesidad primaria de creer en algo superior; con la existencia de una esperanza. En el siglo XVIII se popularizaron en París las sonatas que, a diferencia de las óperas y la música vocalizada, no decían nada aparentemente, pero la realidad es que de esa forma se deja abierta a la imaginación su contenido sentimental. Ya para el siglo XIX, los alemanes cambiaron de tono absolutamente. El intimismo y la racionalidad tomaron en serio a la música. En cambio, lo franceses que eran supuestamente más ilustrados tardaron más tiempo en aceptarla. Según el criterio actual de los alemanes inteligentes, la música es la más genuina e intensa de todas las artes.