03/May/2024
Editoriales

La compra de votos

La corrupción electoral en México era evidente antes de la fundación del Instituto Nacional Electoral ciudadano. El INE construyó un padrón electoral confiable, una credencial de elector única e infalsificable, organismos estatales y municipales bien establecidos, un sistema de resultados preliminares de los procesos electorales, con certeza y publicándolos la misma noche de la jornada electoral. 

Sin embargo, el factor humano sigue siendo determinante y existen aún vicios como las campañas adelantadas, fallas en la cadena de recolección de urnas, usos ilegales de recursos públicos, y otros más, entre los que destaca la compra de votos.

Estos fraudes electorales, a pesar de ser penalizados severamente, tienen lugar aprovechando la confusión que se da entre los programas de ayuda social a la población de bajos recursos, y la compra de voluntades electorales en favor de quienes proporcionan dichos apoyos sociales. 

Adicionalmente, hay todo un proyecto para destazar al INE, pues mal que bien se trata del árbitro electoral y lo peligroso es que ‘no tiene rienda’ por ser un órgano independiente y de naturaleza ciudadana.

Pero tampoco podemos afirmar que la compra de voluntades con efectos electorales sea un concepto novedoso; pues hay cualquier cantidad de ejemplos históricos. 

Baste recordar a Carlos, el hijo de Juana La Loca y Felipe el Hermoso, que alcanzó en 1519 a ser Rey en 17 lugares distintos al mismo tiempo. 

Eran diez y siete coronas entre heredadas, conquistadas y compradas, las que le convirtieron en el Emperador de Europa. 

Pero el paso del tiempo confunde hasta su nombre, pues en España se llamaba Carlos I -de 1516 a 1556-, mientras en Alemania, Carlos V de 1520 a 1558. 

Aunque en realidad era el mismo Carlos, el Monarca que implantó la Casa de Habsburgo. 

Para hacerse Emperador de Europa, en Fráncfort convenció con ‘sólo’ dos toneladas de oro a los electores del Sacro Imperio Germánico. Así de fácil.

Desde luego que detrás de esta propaganda ilícita había, tal como hoy existen, inversionistas que financiaban los fraudes electorales para después hacer pingües negocios a la sombra del gobernante elegido.

Sus acreedores históricos se llamaban: Fugger y Welser, un par de ricos banqueros alemanes; más dos banqueros genoveses que se llamaban Fornari y Vivaldo; y en Florencia estaba establecido el banquero Gualterrotti, poderosos personajes que se convirtieron en los amos del Emperador de Europa. 

Así que Carlos I y Carlos V, el popular gobernante de Europa, que no cumplía aún los 20 años de edad, ya batallaba con la deuda externa de su gobierno, y se desvivía por quedar bien con sus insaciables amos, quienes cobraban muy caro los intereses de sus inversiones. 

¿Le suena conocido a usted este escenario?