03/May/2024
Editoriales

Ayudar hasta que duela

Decía la Madre Teresa que ‘Dar hasta que duela’ es la única forma de ayudar al prójimo. Dar algo de lo mucho que nos sobra no es dar, sino ayudarnos nosotros mismos a deshacernos de algo que no necesitamos y que requiere de nuestro esfuerzo para cuidarlo pues nos lo pueden robar.

Este concepto de la Santa nos ubica cuando vemos que alguien recibe apoyos del gobierno para subsistir.

Ciertamente el gobierno apoya a los que menos tienen -aunque algunas veces haya abusos diversos-, y criticamos que esos apoyos no son del gobierno, sino de todos los ciudadanos, pero si no fuera por esos programas oficiales de ayuda muy pocos, o nadie ayudaríamos a esas personas.

Seguir el consejo de la Madre Teresa -así lo pronunció, en forma de consejo- no es fácil, pues nuestra cultura se resume en la conseja popular que ‘antes son mis dientes que mis parientes’, y hacerlo nos permite entrar al mundo de la filantropía real que es hermoso.  

En el cuento popular de La Escalera dice que un Carpintero, en época de invierno, empezó a construir una escalera en el patio de su casa que, a falta de barda, era visto por todos.

Al rato un vecino que lo vio le dijo: _si me regalas un pequeño pedazo, a mí me servirá mucho y a tu obra casi no le perjudicará, ¿me regalarías un pequeño tramo de tu escalera? El Carpintero se rascó la cabeza y se lo dio. El vecino se lo agradeció y se fue  contento.

Al siguiente día vino otra persona y le explicó que, permitiéndole usar unos peldaños,

trabajaría y alimentaría a sus hijos. El Carpintero accedió y le regaló unos peldaños. La persona se retiró contento y agradecido, y él continuó trabajando en su obra.

Luego pasó por allí una pobre mujer y le pidió que le regalara un pedazo de madera, pues le urgía tapar un agujero en la pared de su casa para que el frío no entrara pues sus hijos sufrían en las noches. El Carpintero se lo dio, y la mujer se fue agradecida.

El proceso continuó los días siguientes. Personas necesitadas se acercaban a pedirle una pequeña parte de la escalera y el Carpintero veía cómo no se fueran con las manos vacías, pues el invierno era crudo y grande la miseria en el pueblo. Les daba a pedazos de su escalera, aún sabiendo que algunos la quemarían para hacerlos leña y cocinar, o simplemente calentarse.

La esposa del Carpintero, con la responsabilidad de tener en casa todos los días comida caliente, y desesperada al ver que las pocas reservas se acababan, le reclamó que anduviera de filántropo, y el Carpintero le respondió calmadamente:

No te apures, mujer; ciertamente la escalera es cada vez más chica pero, sin embargo, ¡subo por ella al cielo! Y de allá recibiremos ayuda para nosotros.