06/May/2024
Editoriales

El Gran Molière

Jean-Baptiste Poquelin nació en el París de 1622, pero cambió su nombre por el de Molière, cuando hizo oficio como dramaturgo y humorista. De origen burgués se recibió en 1642 en la facultad de derecho de Orleans, pero dejó todo para ser actor y director viviendo las estrecheces económicas propias de su oficio. En su tiempo, Europa se batía entre enfermedades contagiosas, igual o peor que ahora, y en Inglaterra comenzaron a presentarse cuadros de pacientes que se sentían indefensos frágiles y se aislaban totalmente del mundo. Como esta tendencia proliferaba por toda Europa, Molière estrenó exitosamente una sátira llamada Las Preciosas Ridículas, y luego Tartufo, una irreverente obra que terminó siendo prohibida tras presentarla sólo quince veces. Molière fue perseguido por la crítica y por la Iglesia, pero él no reculó, sino todo lo contrario, puso en escena dos obras importantes: El Misántropo y El Avaro o El enfermo imaginario. En esta última, Molière se burla de sí mismo y sus propias obsesiones. En su personaje, aparecía envuelto en pieles, con un gorro hasta las orejas, apoltronado en su sillón, sometido continuamente a sangrías y purgas por recomendación de varios médicos que le diagnosticaban enfermedades diversas, como: apepsia, dispepsia, disentería, hipocresía y la hipocondría. Esto fue un éxito mayúsculo, pues la gente abarrotaba la sala del teatro para ver su magistral actuación de enfermo, criticando acremente a los falsos sabios, los médicos ignorantes y la frivolidad de los ricos. Sin embargo, el  17 de febrero de 1673, Molière estaba enfermo de veras, y todo el elenco le pedía que suspendiera la función, pero el maestro de la comedia continuó adelante con la obra. El enfermo imaginario estaba inspirado, el público reía a carcajadas su actuación, se le olvidaba su miedo a las enfermedades mientras al actor desdeñaba su propia enfermedad. Fue la mejor actuación de su vida, la risa le provocaba tos pero ninguno de sus largos parlamentos quedó inconcluso, tosió y tosió cada vez más fuerte hasta vomitar sangre, cayendo al suelo. La gente vuelta loca le aplaudía a rabiar mientras Molière moría. Cayó el telón y él expiraba realmente un rato después. Es por eso que su nombre representa mucho en el teatro, y es hoy por hoy el autor más interpretado de la historia, y entre sus seguidores hay un dejo de admiración e idolatría.