Estaba Felipe III observando el paisaje desde uno de los balcones del alcázar de Madrid. De pronto advirtió que el rumor que percibía era carcajadas de un escudero que estaba a orillas del Manzanares.
Le dijo a su acompañante: “Ese hombre o está loco o está leyendo Don Quijote de la Mancha”, y como la otra persona le dijo que podría ser de otra causa tanta risa, el monarca envió a un propio para comprobarlo, y efectivamente el escudero leía la magnífica obra de Cervantes.