18/Apr/2024
Editoriales

Un presidente deslenguado es tragedia nacional

En el año de 1975 el presidente Luis Echeverría declaró con aquella facilidad: “el sionismo es racismo”, echándose encima a los representantes del mundo hebreo, al colocar de pronto a México entre los países que aborrecían a los judíos. Las primeras reacciones corrieron a cargo de las agencias de viajes judías -la mayoría en el planeta- diciendo que dejarían de promover el destino turístico llamado México; y se vinieron una serie de acosos económicos inéditos. Debo recordarle a usted que Echeverría aspiraba a ser el Secretario General de la ONU, y pensó que tomar partido en contra de Israel significaba un mayor número de votos árabes en la asamblea general eleccionaria de las Naciones Unidas. Apenas habían pasado tres años de la masacre de las Olimpíadas de Múnich, aquel 5 de septiembre de 1972, que un grupo terrorista palestino llamado “Septiembre Negro” secuestró a varios atletas israelíes y acribilló a dos que intentaron escapar; luego pidió un avión que lo llevara a El Cairo y para demostrar que era en serio, los terroristas arrojaron el cuerpo de un luchador olímpico israelí que estaba entre los secuestrados. Quedaron nueve secuestrados que fueron llevados al aeropuerto de Fürstenfeldbruck, pero allí se hizo la balacera resultando muertos los nueve atletas, cinco extremistas, un policía y un piloto. Era imposible olvidar semejante tragedia y Echeverría la reavivó. Tuvo que llegar en 1976 José López Portillo a la presidencia de la República para tranquilizar las embravecidas aguas. Echeverría jamás tuvo la más remota posibilidad de ser el mandamás en la ONU, es más, ni siquiera apareció en las boletas electorales en Nueva York. Pero nos enseñó a los mexicanos que el presidente de México debe hablar poco y meditar muy bien lo que dice, pues la economía es mucho más sensible que las cuerdas de un violín afinado.