25/Apr/2024
Editoriales

La caída del rector Enrique C. Livas

Gobernar cualquier entidad por largo tiempo es desgastante. El doctor Enrique C. Livas es considerado uno de los mejores rectores que ha tenido la Universidad de Nuevo León, a pesar de que estuvo en tan honrosa posición desde 1936 hasta 1948. Vale recordar que en aquel tiempo la Universidad dependía totalmente del Gobierno del estado, y que la sociedad regiomontana veía muy natural que tan destacado médico fuera el Rector, pero al interior había grupos de universitarios que querían que ya se moviera el escalafón. Este deseo oculto subyacía en la huelga que en 1947 estalló so pretexto que el director de la Facultad de Medicina, doctor Roberto Treviño Martínez, no aceptaba la “decisión livista” de independizar a la Escuela de Enfermería de su Facultad, y contaba con el apoyo de un amplio grupo de estudiantes que aprovechaban para impedir que se implantara el bachillerato de tres años, otro proyecto del Rector. Livas no atendió con el cuidado que merecía la huelga, y dejó que adquiriera niveles nacionales, pasando de huelga pasiva a una activa, pues los estudiantes tomaron las instalaciones de la Universidad, exigiendo que renunciara. Las arengas en la Plaza de Colegio Civil eran ásperas gritando que “derramarían hasta la última gota de sangre” para conseguir su pliego petitorio. En la Escuela Álvaro Obregón -que no apoyaba a la huelga- se reunía el Consejo Universitario, y llegó el momento en que el conflicto no crecía ni se solucionaba, por lo que el CU decidió destituir al director de Medicina. Desde luego, el Gobernador tenía la facultad de vetar esa decisión, y como el aludido se amparó, se enredó más aún el intríngulis. En los periódicos se expresaban ambos grupos y los huelguistas viajaron a varias universidades del país para pedir apoyos solidarios en contra del Rector. Un grupo de Padres de familia calentó más las cosas al publicar una Carta Abierta pidiendo también la renuncia del Rector Livas. Esto último fue contestado por Livas descalificando con elegancia a los firmantes, pero todo iba sumando al desbordamiento de las pasiones, y Livas estaba en una posición inimaginable. Tanta fue la escandalera que de la Capital vinieron emisarios a tranquilizar las cosas, y hasta entonces los estudiantes entregaron los edificios tomados, pero el 28 de noviembre el gobernador Arturo B. de la Garza citó al rector Enrique C. Livas. En salas diferentes estaban un grupo representativo de los huelguistas y el Rector. El gobernador De la Garza, directo como era y actuando sin consideraciones a su buen amigo, heredero de las glorias académicas de su padre, el educador Pablo Livas, y hermano de su compañero de luchas Eduardo Livas, le mostró un oficio en el que aceptaba su renuncia y le reconocía su admirable trabajo al frente de la Universidad de Nuevo León. Livas le contestó que desde luego aceptaba renunciar y le agradecía los elogiosos términos del oficio, pero que sería ofensivo y denigrante para el Consejo Universitario y para la Universidad que el gobernador vetara la decisión de cesar al director de Medicina, Roberto Treviño Martínez. Esta era la salida más digna, y una vez aceptada esa sugerencia, los estudiantes que estaban en la otra sala escucharon un fuerte abrazo entrambos personajes -el gobernador y el rector- y se cumplieron los acuerdos, pues aquellos eran tiempos en los que la palabra valía más que cualquier papel firmado.