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Cómo el COVID cambió la vida tal como la conocíamos en cuestión de semanas

El 1 de enero de 2020, cuando el mundo daba la bienvenida a un nuevo año, las autoridades chinas cerraron un mercado de mariscos en la ciudad de Wuhan, de 11 millones de habitantes, por sospechas de que un brote de una nueva “neumonía viral” que afectaba a 27 personas podría estar relacionado con el lugar.

Las primeras pruebas de laboratorio en China apuntaron a un nuevo coronavirus. Para el 20 de enero, la enfermedad se había extendido a tres países.

Para la mayoría de la gente, en ese momento la enfermedad era algo que se desarrollaba a miles de kilómetros de distancia, pero casi un año después, el COVID-19 ha cambiado la vida de formas inesperadas.

Casi todo el mundo se ha visto afectado, ya sea por la enfermedad en sí, la pérdida de seres queridos o empleos, los confinamientos en casa y las nuevas formas de trabajar, relajarse e interactuar.

Casi 1,5 millones de personas han muerto en todo el mundo a causa de la enfermedad, y alrededor de 63 millones de personas han sido infectadas.

Después de que la “ola” inicial de la pandemia estuvo bajo cierta apariencia de control en muchos países, las naciones ahora afrontan una segunda y tercera ola, incluso más grandes que la primera, lo que impone nuevas restricciones a la vida cotidiana.

Entre las imágenes más inquietantes que surgieron de la pandemia están las de los médicos en la primera línea de la batalla contra el virus.

En el hospital San Raffaele de Milán, siete miembros del personal de la unidad de cuidados intensivos que atendían a un paciente de 18 años que padecía COVID-19, empujaron la cama hacia la sala, sosteniendo equipos médicos y monitores.

Médicos y enfermeras como ellos, envueltos en equipos de protección (batas, guantes, máscaras y viseras) se han convertido en una imagen familiar. También los trabajadores de la salud que se derrumban por el agotamiento o el dolor por perder a colegas debido a la enfermedad.

En marzo y abril, muchos países comenzaron a imponer confinamientos y distanciamiento social para frenar la propagación del virus altamente contagioso.

Los efectos de la enfermedad fueron a veces asombrosos. El canto de los pájaros se podía escuchar como nunca antes en las urbes densamente pobladas y los animales salvajes se aventuraban en ciudades inusualmente vacías.

En el Golden Gate Bridge View Vista Point, que suele estar lleno de gente, frente a San Francisco, un coyote se paseaba al borde de la carretera.

Incluso las calles de Manhattan estaban inquietantemente vacías. La bailarina de ballet Ashlee Montague se puso una máscara de gas y bailó en medio de Times Square, en Nueva York.

En Brasilia, el sacerdote católico Jonathan Costa rezaba solo en la iglesia Santuario Dom Bosco, entre fotografías de los fieles pegadas a las bancas.

El uso de máscaras para combatir la propagación del virus también se convirtió en algo común en todo el mundo.

En la estación de tren Shinagawa de Tokio, multitudes de viajeros usaban máscaras, al igual que los prisioneros apiñados en una celda en la cárcel de Quezaltepeque, El Salvador.

En las casas particulares, las familias aprendieron a convivir las 24 horas del día y a entretener y dar clases a sus hijos.

La pandemia afectó con mayor dureza a algunas de las personas más pobres del mundo, al exponer las desigualdades en el acceso al tratamiento médico y a los fondos gubernamentales para compensar a quienes perdieron sus medios de sustento.

En mayo, en Sudáfrica, en el asentamiento de Itireleng en Pretoria, la gente esperaba en una fila que se extendía hasta donde alcanzaba la vista para recibir ayuda alimentaria.

A medida que 2020 se acerca a su fin, las vacunas están en el horizonte, lo que genera la esperanza de que algunos aspectos de la vida vuelvan a ser como los conocíamos.