01/May/2024
Editoriales

¿Qué crees que pasó?

Marzo 11 de 1907: expide el Ayuntamiento de Monterrey, cuyo titular es el alcalde y doctor Pedro Martínez, el Primer Reglamento Municipal de Tránsito. Establece que para el uso de automóviles es necesario un permiso escrito por el Alcalde Primero, debiendo pagar en la Recaudación de Rentas Municipales dos pesos, y además de 4 a 10 pesos mensuales por cada automóvil que se use, según las dimensiones y condiciones del mismo. La velocidad máxima permitida dentro de la ciudad es de 10 kilómetros por hora, que corresponde a la de un  caballo que arrastra un carruaje común. Es que a partir de 1906 empezaron a multiplicarse por la ciudad estos vehículos que comenzaban a ser problema por el ruido, la velocidad, el desorden y la difícil convivencia entre ellos y los de tracción animal.  Había el antecedente desde 1890, que ordenaba el tráfico de tranvías de tracción animal, llamado “Reglamento de Ferrocarriles Urbanos de esta Municipalidad”, y su subsecuente de este año de 1907 que se llamó “Reglamento de Ferrocarriles urbanos de la municipalidad de Monterrey” pero sólo trataban el servicio público que brindaban los tranvías de mulas y la construcción de las vías, el servicio de seguridad y el orden con que debían circular dichos transportes. Después, el del 29 de diciembre de 1925, el alcalde Felizardo Villarreal reglamentó el servicio de tráfico de la ciudad, reglamento que se publicó en 1926. Este ya reglamentaba a: I.- automóviles y camiones; II.- Tranvías;  III.- Motocicletas y bicicletas;  IV.- Coches, carros para carga, carritos repartidores, carretas y carros de mano”. En fin, desde aquellos años ya se veía venir el grave inconveniente de movilidad que representa el automóvil, máquina que pasó de ser solución, a ser un grave problema por su enorme cantidad concentrada en la misma mancha urbana. Enormes inversiones se tienen qué hacer para construir avenidas amplias y pasos a desnivel que permitan la movilidad del área metropolitana.