Editoriales

El metro

 

 En la actualidad con el término metro nos referimos más al sistema de transporte colectivo que a la unidad de medida geométrica.

A esta última acepción me refiero y debo aclarar que se trata de un sistema, el métrico decimal que se instituyó gracias a la revolución francesa de los años 1789 a 1799, pues había un caos que beneficiaba a los comerciantes, quienes aplicaban cualquier sistema de medición dependiendo de cuál conviniera a la hora de mercar sus productos.

Cada nación tomaba sus propios sistemas de medición, con base discrecional apoyadas en el supuesto tamaño de los pies humanos, del dedo pulgar, del codo o del brazo.

Esto desde luego que era absolutamente arbitrario, por lo que el mundo aceptó el sistema métrico decimal, aunque aún existe el sistema métrico inglés, con yardas, pulgadas, millas y galones.

El meollo del asunto era cuánto debería medir un metro, así que hubo varias propuestas realizadas en diferentes tiempos.

En 1791 Francia definió el metro como la millonésima parte de un cuadrante del meridiano de la Tierra. Algunos científicos se dieron a la tarea de medir el arco que va desde Dunquerque hasta Barcelona y se determinó una distancia de un múltiplo cerrado. Esta medida se grabó en una barra de platino con un diez por ciento de iridio. Sin embargo, en 1960 la Conferencia General de Pesos y Medidas hizo una redefinición del metro, en función de la longitud de la onda de luz emitida por el isótopo 86 del criptón. Pero en 1983 esa misma Conferencia refirió el metro en función de la velocidad de la luz, quedando como una fracción de 1/299292458 de la distancia que recorre la luz en un segundo en el vacío.

Si ahora que nadie discute la regencia del sistema métrico decimal, hay comerciantes que dan litros de 800 mililitros, y kilos de 8050 gramos, imagínese usted cómo andarían las cosas antes de tener un patrón metro para medir las cosas de este mundo.