Cuando te sientas derrotado o deprimido y que ya no puedes seguir adelante, recuerda el caso de Abraham Lincoln, un tipo que:
Suspendió su carrera de ciencias empresariales en 1831.
Presentó su candidatura a diputado en 1832 y fue derrotado.
Regresó a la misma carrera y la tuvo que suspender de nuevo en 1834.
Su amada novia murió en 1835.
Sufrió una crisis nerviosa y depresión en 1836.
Hasta que se sobrepuso y regresó a competir por una diputación en 1838, pero volvió a perder.
En 1843 regresó por la revancha y volvió a ser derrotado en el mismo distrito electoral.
En 1846 volvió a perder otra diputación.
En 1848 regresó a competir y de nuevo perdió.
En 1855 se registró como candidato al senado y perdió.
En 1856 se registró como candidato a Vicepresidente de Estados Unidos y perdió.
En 1858 regresó a competir por el senado y perdió otra vez.
En 1860 se registró como candidato y fue electo como el decimosexto presidente de los Estados Unidos.
Con esos antecedentes es lógico que los estudiosos de la vida pública en Estados Unidos consideren a Abraham Lincoln el mejor presidente que ha tenido Estados Unidos.