20/Apr/2024
Editoriales

Dónde quedó la cultura del ahorro

La pandemia modificó nuestras costumbres. El ocio que genera invita a meditar y, entre otros cambios, nos hace rodar por el barranco del desperdicio, cuando apenas hacíamos el intento de superarlo por los daños que provoca al medio ambiente y a nuestra naturaleza austera.

Quienes vivimos en el centro de la Ciudad antes de los años sesenta no veíamos camiones recolectores de basura pues si alguno pasaba era, acaso, un par de veces al mes, porque en Monterrey casi nada se desperdiciaba. 

No había productos desechables. La ropa era para todos los hermanos y nunca se tiraba; a las camisas se les volteaban los cuellos y los puños desgastados, y al final de su vida útil servían de limpiones. 

Las bolsas de lona y redes de ixtle para ir de compras al tendajo se lavaban y las cajas de cartón, así como las bolsas de papel, se guardaban bien dobladas. 

La comida “To Go” comprada era un concepto desconocido, sólo había viandas que llevaban los obreros al trabajo en ollitas de peltre tapadas para conservar la temperatura, ensartadas en un tirón metálico con un mango para facilitar su traslado. 

Pero un día llegó la cultura sajona del “úsese y tírese” iniciándose una carrera para ver quién desperdicia más. 

Ahora con la pandemia casi no vamos a los restaurantes, y pedimos comida a domicilio en cajas y envases desechables sellados con cintas de plástico y vienen dentro de una bolsa también desechable.     

Calculo que el volumen de alimentos equivale a una cuarta parte del de los envases.

Y así de desperdiciados somos en todo: ropa, celulares, plumas, automóviles, etcétera. 

Pero la cultura del ahorro no podemos perderla pues viene desde nuestros padres fundadores. 

Un ejemplo “reciente” sucedió en la segunda mitad del siglo XIX, en Monterrey, tiempo en que las instituciones se prestaban entre sí sus instrumentos de trabajo.

En la sesión del Cabildo de la Ciudad, celebrada el 22 de septiembre de 1874, el alcalde Jesús Arreola y Ayala consiguió la aprobación para apoyar a un particular, el señor Andrés Cerrillo, responsable del Teatro Progreso, con la cantidad de cuatro pesos.

Esto debido a que el señor Cerrillo compró una Campanilla nueva, instrumento indispensable para celebrar las sesiones formales del Cabildo.

La Campanilla era propiedad del Cabildo, pero se la prestaba al Teatro Progreso, recinto en donde se celebraban eventos cívicos diversos.

Y sucedió que unos ladrones entraron a robar al Teatro y se llevaron la campanilla, pues por su color dorado era atractiva para quienes no conocen el valor de esas cosas. 

El señor Cerrillo sabía que el Cabildo requería de la Campanilla porque se celebrarían las festividades septembrinas, así que compró una nueva y se utilizó en esas actividades.

Sin embargo, como no había existencia de campanillas iguales a la robada, el señor Cerrillo adquirió una de mayor precio, a pesar de ser un hombre pobre, pero muy responsable. 

 Veamos un fragmento del Acta en comento:

 

Sesion ordinaria del 28 de Septiembre de 1874. Presidencia del Ciudadano Arreola y Ayala…  El mismo Ciudadano Presidente manifesto: que habiendole presentado la campanilla en las funciones últimas civicas al encargado del Teatro del Progreso Ciudadano Andres Cerrillo, se la robaron y ha devuelto por ella otra que le importó once pesos y siendo que ese individuo es un pobre y fué comprada la vieja en cinco pesos, le parecia de justicia se le ayudara Cerrillo pagarla con cuatro pesos cuando ménos impuesta la Corporacion, acordó se le diera esta suma. Se concluyó la sesion las seis de la tarde, habiendo asistido los Ciudadanos Licenciado Gutierrez P., Doctor Treviño, Licenciado Elizondo, Doctor Garza Cantú, Doctor García Garza, Barragan y Barrera: doy fé. Arreola y Ayala Garza Cantú Gutierrez Serapio Círlos Secretario. 

 

Debemos regresar a nuestras costumbres y cultura propias.