Miguel Servet (1511- 1553) fue un médico español que en octubre de 1553 fue quemado vivo en Ginebra. Su condena vino de la mismísima Inquisición pues este osado científico osó postular públicamente que la sangre no se estaba quieta, sino que daba vueltas por todo el cuerpo humano y se purificaba en los pulmones.
Esta tesis contrariaba las creencias de aquel tiempo, y para no discutir mucho, la representación de esa indolente y cruel institución ordenó al propio teólogo francés Juan Calvino que lo quemara con leña verde, tarea que gustoso realizó y ya por su cuenta, echó a la lumbre los valiosos escritos de Servet. Aún así, los inquisidores franceses no quedaron satisfechos del todo con su muerte, y como buscaban seguir vengándose de él, para ejemplificar volvieron a quemarlo en su calidad de pecaminoso, unos meses después. A alguno de ellos se le ocurrió que podrían repetir el castigo quemando su efigie que estaba colgada en un cuadro en su casa, y así lo hicieron.
Desde que este sabio Servet dio a conocer su tesis, vivió huyendo y disfrazado pues lo buscaban para ejecutarlo, como finalmente consiguieron, y en dos ocasiones. En fin, el hombre murió, pero al paso del tiempo se comprobó su teoría, así que otros científicos menos sabios, pero con mayor libertad, le apodaron “El Copérnico de la Fisiología”. Seguramente Servet hubiera preferido morir en paz aunque no le hubieran apodado tan dignamente.