03/May/2024
Editoriales

Qué bonito es lo bonito

Anteayer por la mañana vi en mi casa a un Colibrí besando un árbol Kiri que me regaló hace unos cuatro años mi gran amigo Jorge.

Lo besaba en una de sus exóticas flores blancas, y me quedé paralizado viendo en acción a tan maravilloso pajarito -el más pequeño del mundo- dibujando en el aire, acompañado de su hipnótico zumbido, una obra de arte como la pintura de Leda y el Cisne, de Michelangelo, que no sobrevivió al paso del tiempo.

El gran pintor y escultor universal plasmó a los pies de Leda y el Cisne a un par de niños pequeños luchando con gesto amigable por un ramo de flores siendo observados por una pequeña paloma vista de perfil.

Los elementos determinantes de ese maravilloso cuadro estaban anteayer cerca de mí, acaso faltaba sólo el elemento humano, aunque imaginé a mis nietos cuando eran niños que jugueteaban con todo lo que estuviera a su alcance.  

Acababa yo de observar despacio la obra mencionada cuando vi en vivo el cuadro que les platico y me generó una especial alegría -objetivo fundamental del arte-.

Se debe tener prestos los cinco sentidos cuando se ve en acción a un Colibrí.

Porque ese portento divino con toda su belleza física de colorido plumaje con dominio de verde metálico, estaba manteniéndose fijo en el aire -como si fuera abeja o un helicóptero- y eso impresiona a cualquiera.

Semejante proeza puede lograrla gracias a una increíblemente rápida vibración de sus alas, que aletean a una velocidad de 90 veces por segundo, es decir, 5 mil 400 veces por minuto. 

Su piquito largo aloja en su interior una lengua en forma de trompa, con la que besa y chupa el néctar de las flores sin dañarlas en lo más mínimo. 

Seguramente por esto también le llamen Chupamirto, y el espectáculo que regala a los afortunados espectadores no tiene parangón. 

A partir de anteayer retiro mis torpes opiniones que expresé un par de veces, respecto a las personas que ‘pierden su tiempo’ observando y fotografiando la vida de estos hermosos animalitos.