28/Apr/2024
Editoriales

Washington González, Piriapolis

En la Costa Atlántica Uruguaya, cerca de la desembocadura del Río de la Plata, hay una pintoresca ciudad que no llega a 10,000 habitantes (me recuerda mucho a Guijón España). Se encuentra muy cerca de Punta del Este, popular balneario famoso por su vida nocturna, casinos, playas y turismo mundial.

 Por motivos de trabajo, cada año visitaba Montevideo y me desplazaba a Piriapolis. Me gusta ver pasar la vida en ese lugar tranquilo, cuyo principal atractivo, aparte de sus playas, son sus habitantes que a toda costa quieren que sus visitantes se sientan como en su casa. La mayoría de la población son descendientes de inmigrantes españoles e italianos, es por ese motivo,  que se come muy bien y por su calle principal, la Avenida Argentina, frente al mar, se disfrutan unos extraordinarios atardeceres.

 Fue  en uno de esos lugares, donde conocí a Washington González, al que en la calle conocen  como “él foca” y en la familia como “el coco”. Un tipo con un don de gentes extraordinario, o como dicen los uruguayos, “un pan de Dios”.

 Su vida es de película; a principios de los 70s , a raíz de la dictadura militar, surgió en Uruguay el grupo guerrillero Tupamaros, organización clandestina formada por estudiantes , generalmente brillantes de las principales escuelas y facultades, entre ellos, reconocidos intelectuales y artistas, que muchos prefirieron el exilio . Los que se quedaron como José Mujica que fue Presidente de Uruguay, padeció 13 años de cárcel. Algunos fueron arrojados al mar desde un helicóptero.

 Para no desviarme del tema, Washington González  jamás en su vida conoció una arma, mucho menos la disparó, sirvió para llevar algún mensaje de un familiar a un amigo en la clandestinidad. Fue apresado, torturado brutalmente y como fue afectado de sus facultades mentales, no lo enviaron a la prisión de Punta Carretas como a la mayoría, sino que fue internado en el Hospital Psiquiátrico de Vilardebo, lugar para pacientes agudos donde permaneció por años. Su madre, Maruja Burguera, vendió todos sus pocos bienes para trasladarse a Montevideo para estar cerca de su único hijo. Los primeros meses, consiguió trabajar de afanadora en el mismo hospital, pero pronto, por ajuste de plazas, fue despedida. Pero el carácter de Maruja no la vencía y se puso frente al Hospital a vender chicles y golosinas, todo para estar cerca de su amado hijo.

 Pero “el coco” siempre tuvo amigos que lo querían, Darío Goicochea y el Dr.Azpioti, que al morir su madre, le tendieron la mano para que una vez a la semana le permitieran salir y llevarlo a un Deportivo a nadar, rehabilitarse y hacer ejercicio, así fue saliendo poco a poco. Al final, fue trasladado al Penal de la Libertad, paradójicamente llamado así por la dictadura y estar cerca de Ciudad Libertad hasta quedar absuelto y regresar a su pueblo Piriapolis. De una serena claridad mental, de su época en el psiquiátrico, sólo quedan recuerdos desvanecidos, no guarda ningún rencor y todavía vive de esperanzas e ilusiones.

 Como anécdota, conté esta historia en Monterrey , una noche en una reunión familiar y mi sorpresa fue que una dama uruguaya asistente a la reunión, nos confesó a todos, que el “coco” era su primo y que la historia que les había contado era verdad.

 Sigue viviendo en Piriapolis y a través de su prima lo saludo y le mando decir que pronto, muy pronto, nos sentaremos,  otra vez, en  Bar El Quijote, frente al mar, para que me vea tomar una copa de vino, él no toma, y continuar nuestra plática sobre Artigas, José Mujíca, Tabaré Vásquez, Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti , Roberto Matosas y tantas historias que quedaron por contar.