24/Apr/2024
Editoriales

¿El crimen del siglo XX?

Como "El Crimen del Siglo" fue calificada en su momento la acción de Charles Joseph Whitman, quien al iniciarse el mes de agosto de 1966 –el próximo lunes se cumplen 50 años-- mató a 15 personas e hirió a 31. En el siglo XX, con excepción de los crí­menes de las guerras mundiales, este fue uno de los de mayor magnitud.

El mismo dí­a que sucedieron los hechos, inmediatamente pasamos la noticia a "El Porvenir", a través de ese gran periodista que fue el maestro Francisco Cerda. En esa información aparecieron al dí­a siguiente los primeros datos, pero ahora quisiera recordar cómo transcurrieron los hechos.

Hace 50 años disfrutábamos de una beca en la Universidad de Texas. En aquel verano del 66 habí­amos solicitado un permiso en el diario "El Porvenir" para estudiar en la Universidad de Texas, después de haber concluido la carrera de Leyes en la Universidad Autónoma de Nuevo León.

Varias veces he regresado en la ciudad de Austin para visitar la Universidad de Texas y su Colección Latinoamericana "Nettie Lee Benson". Y en una de esas ocasiones, mientras escribo esto, una lluvia pertinaz, baña la ciudad. El cielo parece llorar la tragedia.

Los hechos sucedieron el lunes primero de agosto de 1966. Lo recuerdo como si fuera apenas ayer:

Los maestros, en la Universidad de Texas, nos han dado la salida temprano. Todos nos apresuramos a salir del edificio para ir a comer, pues pronto tendremos que regresar a las clases vespertinas y, más tarde, a las nocturnas.

Es muy agradable recorrer esta Universidad. Caminar por sus avenidas, ver sus prados y sus grandes árboles, estar en los mismos edificios, en los que años atrás, estuvieron —entre otros el Arq. Joaquí­n A. Mora, que fuera Rector de la Universidad de Nuevo León, y el Dr. E. Ví­ctor Niemayer, quien fue Encargado del Departamento de Asuntos Culturales y de Prensa del Consulado General de los Estados Unidos de Norteamérica en Monterrey.

Apenas logramos dar unos cuantos pasos, cuando nos sorprenden varios disparos. Al principio creí­mos que eran cohetes, pero luego nos dimos cuenta de que no era así­. Eran balazos.

Seguimos caminando. Me encontré luego con Rafael Salinas, estudiante del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, quien asistí­a en Austin a los cursos de verano. Rafael me señaló los cuerpos de dos heridos que se encontraban a unos cuantos pasos de nosotros.

Tratamos de prestarles auxilio, pero nos recibió una andanada de balas de varios calibres. Todos corrí­an en forma desesperada y con los rostros desfigurados por el terror. Nos refugiarnos, primero, tras unos arbustos. Hasta entonces logramos saber de dónde provení­an las balas. Al principio no sabí­amos si era uno o eran varios los que disparaban. ¡Tan poderoso era el tabletear de las armas de potencia que tení­a en su arsenal el múltiple asesino!

Por fin llegó la policí­a. Un elemento de seguridad, desde lejos, nos hizo la seña de que ya podí­amos salir de los arbustos, aprovechando que el francotirador estaba disparando hacia otro lado.

Cruzamos una de las avenidas de la Universidad, en forma por demás apresurada, hasta llegar al edificio de Economí­a. Tan pronto llegamos, una bala pegó en la pared, a unos cuantos centí­metros de nosotros, después de romper el grueso cristal de la puerta de entrada principal. Una mujer resultó herida. Nos pidieron a todos alejarnos del cristal.

Mientras tanto, afuera, en las explanadas de la Universidad, yací­an los cuerpos de varios compañeros. Nadie les prestaba auxilio. Finalmente, un vehí­culo blindado de la policí­a los recató, pero lamentablemente ya habí­an muerto.

Una hora y media nos pasamos en el edificio de Economí­a. No menos de 25 policí­as entraron en este edificio. En los demás inmuebles, la situación era la misma. Francotiradores, miembros del Departamento de Seguridad Pública y policí­as de varias dependencias, llegaron con rifles de largo alcance con miras telescópicas.

Pero el asesino habí­a planeado todo. Colocó las armas en diferentes puntos estratégicos de la Torre, desde donde realizó su maniática obra. Se encontraba en una posición en que podí­a ver todo y en donde era sumamente difí­cil el ser atacado, ya que estaba protegido por las gruesas paredes de la Torre.

Más ví­ctimas caí­an y sólo se escuchaban los gritos: "Por favor, ayúdeme alguien".

El homicida disparaba tres balazos cada diez segundos. Logró alcanzar a gente que transitaba fuera de la Universidad. Tení­a una excelente punterí­a. Habí­a sido miembro de los Marinos de los Estados Unidos.

Pronto la Universidad parecí­a estar desierta. No se veí­a a nadie caminar en el Campus. Arriba, en el vigésimo séptimo piso de la torre, estaba Whitman, un sujeto enloquecido. En la madrugada habí­a matado a su madre y a su esposa. Y ahora tení­a agua, alimentos y municiones para varios dí­as.

Nos tocó ver a los miembros de seguridad agitados y sudando. Un policí­a, que responde al nombre de Ramiro Martí­nez —tal vez de ascendencia mexicana— subió a la Torre, y de seis balazos mató a Whitman. Martí­nez nunca habí­a dado muerte a nadie. Se encontraba sumamente nervioso. Al saberse que ya habí­a pasado el peligro todos salimos de los edificios y corrimos hacia la Torre. En ese momento bajaban el cadáver, un joven de 25 años de edad, que vestí­a pantalón azul, y que se encontraba bajo los efectos de algunas drogas y que, además, tení­a un tumor en el cerebro. Así­, en esta forma, terminaba la masacre que tiñó de sangre los prados de la Universidad de Texas, en Austin.

El lugar de observación de la Torre, fue clausurado. La Universidad de Texas suspendió sus labores y las banderas se izaron a media asta, en señal de duelo, por espacio de una semana. El Gobernador John D. Connaly regresó inmediatamente de un viaje por América del Sur. Lamentó los hechos y pidió una minuciosa investigación.

Pero, en realidad, nadie sabe qué fue lo que impulso a Whitman a convertirse en asesino. Unos dicen que las drogas; otros que fue la lectura de un libro. Pero no hay conclusiones. Lo cierto es que no fue la primera vez que la Torre de la Universidad fue escenario de muerte. Anteriormente, cuatro personas —en distintas épocas— se lanzaron suicidándose.

Whitman era un magní­fico estudiante y un buen trabajador. ¿Qué fue lo que lo enloqueció?

He de concluir este artí­culo con una pregunta: ¿Serí­a éste el crimen del siglo? Unas semanas antes se decí­a que el crimen del siglo era el cometido por un tipo que asesinó en Chicago a ocho enfermeras. Sin embargo, quedaban aún por transcurrir más de tres décadas.

La palabra la tení­a el futuro. Ahora, en el siglo XXI, los atentados en Paris, en Niza y en otras ciudades de Europa, Asia y Estados Unidos, han superado el número de muertos. Y quién sabe que nos depare el futuro.