06/May/2024
Editoriales

La verdadera telefonía…

En los años cincuenta ya éramos unos hombres hechos y derechos que frisábamos los diez años de edad. En el barrio formamos un verdadero trabuco para jugar al béis y al básquet; barríamos y trapeábamos a la racita de la calle Villagrán y por ello casi todo mundo nos respetaba.

  No recuerdo quién nos platicó, o si alguno de los nuestros espió a otras ‘palomillas’, pero lo que no se me olvida es la emoción que sentí cuando terminamos de armar un aparato de la más avanzada tecnología.

 Nos dedicamos dos días hasta que encontramos la forma de montar un moderno portento de la comunicación, era un aparato revolucionario (un teléfono automático que funcionaba sin necesidad de operadora) que marcó un hito en la historia de la humanidad.

 Como ya se ha avanzado un poco más en la telefonía, puedo platicar cómo le hicimos: colocamos frente a frente, o mejor dicho espalda con espalda, un par de botes vacíos de cartón -el mejor material- aunque después vino otro aparato, ahora de hojalata (los primeros eran de avena y los segundos de chiles).

 Agujereamos los dos fondos de los botes y los conectamos entre sí con un hilo grueso y largo. El secreto científico era que se debían separar los dos botes cuidando que no se hiciera la catenaria, es decir, que el hilo no se doblara.

 Una vez conseguidas esas condiciones, el siguiente paso era colocarse el bote en una oreja, y no ponerse nervioso, pues se debía cambiar de sitio rápidamente para colocarlo en la boca.

 Este escenario era para cuando el operador del otro bote hablara primero; en caso contrario era recomendable empezar el proceso colocándose el bote frente a la boca. 

 El protocolo era complicado, pues de entrada el usuario se debía identificar y rapidito cambiarse la bocina para la oreja, que se convertía en el micrófono y esperar que el otro usuario también se identificara.  

 Eran unas conversaciones sensacionales, pues eran absolutamente privadas.

 Algunos años antes, hubo otra gente que buscaba comunicarse inclusive, sin ponerle hilo a sus aparatos.

 Cuando el gran guerrero Aníbal atravesó Los Alpes para llegar a Roma, se comunicaba de noche con unas antorchas con sus aliados cartagineses.

 Los ingenieros griegos Demokleitos y Kleoxenos inventaran un sistema de comunicación que permitía enviar y recibir mensajes muy completos. Erigieron unas torres llamadas fryktories separadas unas de otras por varios kilómetros. 

 

  Si la torre de la izquierda tenía una sola antorcha encendida y en la de la derecha también, significaba la letra “alfa”; si la de la derecha tenía dos encendidas, significaba “beta”, y así se armaban esas conversaciones.