28/Apr/2024
Editoriales

El futuro del reino

Érase que se era un mandatario que había llegado al sitial político más alto.

La gente lo amaba y él tenía en sus manos el ansiado poder político para trascender no como un mandatario más, sino como el mejor de la historia; y sus enemigos le temían.

Al principio toda su atención estaba en el pueblo que gobernaba, así que elaboró un plan para que siempre las cosas permanecieran tal cual.

El paso número uno fue dividir al pueblo identificando a una parte con los ricos -lo fueran o no- y a la otra parte con los pobres.

El número dos fue clasificar a la gente de acuerdo a su oficio o profesión, a su preparación académica, a su perfil intelectual, y a su nivel económico acusando de corruptos a los que no se rendían a sus pies.

Luego recordó que también debía gobernar, no sólo abofetear a sus adversarios, y dictó instrucciones de que les dieran dinero a quienes lo adoraban, mientras él se dedicaba a propalar su propio evangelio, a perseguir periodistas y a erigirse como el mandatario que merecía quedarse en el poder mucho más tiempo que cualquier antecesor suyo, pues los otros dos poderes -legislativo y judicial- avalaban lo que él pidiera.

Sin embargo no había podido dominar la oficina que cuenta los votos, por lo que necesitaba dar un golpe de timón, y convocó a un caro e inútil referéndum para que sus seguidores – beneficiarios del dinero que les obsequiaba, se manifestaran apoyándolo y justificar así una prolongación -la primera- de su mandato.

Está esperando los resultados para iniciar otra onerosa campaña internacional que justifique la elongación de su mandato, y deglutir la oficina que cuenta los votos.

Ese mandatario no existe, acaso anda uno por ahí vendiéndose como el que humilla a reyes, naciones y a los clase medieros aspiracionistas.

Pero hoy podría decidirse el futuro de su reino, dependiendo de cuántos adoradores suyos voten.