28/Apr/2024
Editoriales

¿Cuál pandemia fue peor, la del siglo XIX o la del XXI?

El siglo XIX fue una pesadilla para los mexicanos. El virus de la ambición política atacó de frente al país, en donde no acababa un levantamiento armado cuando ya estaba empezando otro, y todas eran luchas fraticidas de mexicanos contra mexicanos. 

Obviamente que esto trascendió abriendo el apetito de las potencias internacionales siempre ávidas de conquistas, como Estados Unidos y Francia, que se lanzaron en diferentes tiempos a invadir nuestro país. 

El inolvidable resultado es que la primera extirpó la mitad del territorio nacional. 

Pero las desgracias nunca vienen solas, y como si fueran chicas la catástrofe política - militar, arribó a México el Cólera Morbus, una terrible y contagiosa enfermedad que asoló a todos los estados del país.

En la ciudad de México, por su tamaño y densidad poblacional, acabó con familias enteras, sembrando entre la sociedad capitalina un pánico nunca antes visto. 

Corría el año de 1833 y gobernaba el país un médico jalisciense, Valentín Gómez Farías; político de filiación liberal que planteaba una reforma constitucional en contra de la Iglesia, por lo que el clero aprovechó la coyuntura para culpar al gobierno de la fatal enfermedad, hablando de las plagas bíblicas que castigaban a los gobiernos impíos. Tan sólo en Ciudad de México murieron más de 19 mil personas, es decir, el 15% de su población total de 129 mil habitantes.

En consecuencia, hubo una notable disminución de actividades. La gente temía salir a la calle y contagiarse, quedando semi desierta la gran ciudad en los lugares públicos. 

Las escuelas suspendieron clases, los templos permanecían abiertos las 24 horas con enormes cantidades de velas en los altares para evitar la propagación del mal. 

Entre otros temas funestos coincidentes, estaba reciente aún el decreto de expulsión de los españoles y entre los capitalinos corría cualquier cantidad de versiones, como que los españoles habían contaminado las fuentes de abasto de agua. 

En nada ayudaban las torpes medidas tomadas por el gobierno de la ciudad de México, que un día prohibía la ingesta de fruta, y otro día el gobernador del Distrito Federal, general Ignacio Martínez, prohibía -con bando oficial y toda la cosa- el consumo de muchos platillos típicos de la capital, como por ejemplo, los chiles rellenos y los sopes. 

Esta crisis sanitaria abonó el regreso de Santa Anna al poder, aquel caudillo que se divertía tomando protesta como presidente para luego regresarse a su hacienda Manga de Clavo en Veracruz para darse a desear. 

Era lógico que en la gran ciudad proliferaran remedios caseros como fue unos parches que se pegaban al cuerpo, o riegos de cloruro disuelto en vinagre, y hasta brujerías como las calabazas con vinagre colocadas detrás de las puertas, y cualquier cosa que se le ocurriera a alguien con cierta fama de versado en salud o brujerías. 

Los científicos encontraron la solución hasta a finales del siglo XIX, y la pandemia fue disminuyendo también porque la población aprendió a evitar los contagios.

Esta crónica nos resulta familiar porque recientemente padecimos la Pandemia del Covid 19 que, comparándola fríamente, aunque los estragos que causó esta moderna pandemia fueron proporcionalmente menores, considerando el actual avance científico podemos asegurar que “la nuestra” fue una pandemia más peligrosa que la del Cólera Morbus.