02/May/2024
Editoriales

La Iglesia de Monterrey frente a la Invasión Norteamericana (1846-1848)

José Roberto Mendirichaga   

jmendirichaga@gmail.com

 

El 17 de agosto de 1846, en la Sala Capitular de la Catedral, los canónigos hablan de “aproximación de los enemigos” y de “críticas y peligrosas circunstancias […]” en que se encuentra la ciudad. No hay actas de Cabildo Eclesiástico para los años 1847-1848. Antes se había señalado de “poco ingreso del diezmo” (Libro 3 de Actas de Cabildo 1823-1879, AEAM, Ms., 139v.).

Los norteamericanos llegaron a Monterrey el 20 de septiembre de 1846, cuando la ciudad celebraba el 250 aniversario de su fundación. 

Es importante dejar claro que en septiembre de 1846 y desde la muerte del séptimo obispo de Linares-Monterrey, Mons. Mons. Salvador Apodaca, el Cabildo Eclesiástico fue el que gobernó la Diócesis. Eran canónigos: Guillermo Montemayor, José León Lobo, José Antonio de la Garza y José Antonio Flores, entre otros, no más de siete. No hubo octavo obispo hasta la llegada de Mons. Francisco de Paula Verea, en 1853.

La Iglesia de Monterrey dio su apoyo moral a las autoridades civiles y militares. Igualmente, aceptó que para la defensa del sitio de Monterrey, la Catedral sirviera como fortín-hospital. “El general Ampudia salió de la catedral, donde había establecido su cuartel general y permanecido durante la acción, y recorrió los atrincheramientos” (José Sotero Noriega, el 22 de septiembre).

En la sacristía de la Catedral se firmó la capitulación de la plaza con el implacable invasor (septiembre 24).

Un hecho digno de comentario es el ofrecimiento que los alumnos laicos (sin órdenes sagradas) del Seminario de Monterrey hacen a las autoridades civiles, manifestando sus “ardientes deseos de servir a la patria como soldados, si llegare el caso de que los enemigos avancen (hacia) esta población”. Documento en el Archivo Histórico de Monterrey.

“Aunque el ejército de Taylor trajo sus propios ministros, algunos soldados asistían a las iglesias regiomontanas”, señala Miguel Ángel González Quiroga en Nuevo León ocupado, p. 49.

Robert H. Ferrell, comentando las cartas del teniente Dana (1845-1847), afirma que el presidente Polk “envió sacerdotes católicos para ayudar a evitar que los mexicanos desataran una guerra religiosa. Uno de éstos, el jesuita Anthony Rey, estuvo en Monterrey y a su regreso a Estados Unidos, a principios de 1847, fue asesinado por forajidos cerca de Marín” (González Quiroga en Nuevo León ocupado, ibid).

Es de justicia recordar al Batallón de San Patricio, soldados norteamericanos que, por solidaridad con México y mucho por simpatía religiosa, cambiaron de uniforme.

La religiosidad católica estaba muy presente. El general Francisco Mejía, bajo el amparo de la Virgen de la Purísima, en el citado puente (Diego de Montemayor, Paseo Santa Lucía), “demostró gran resistencia y provocó numerosas bajas al enemigo, comandado personalmente por Taylor” (César Morado, en Nuevo León ocupado, p. 115).

Estos son algunos datos y constancias en el 176 aniversario del sitio, hechos recordados por los Amigos de la Batalla de Monterrey grupo autónomo ciudadano y ciudad que gracias a la iniciativa de la ciudadana Gloria Meza Quintanilla y a la aprobación del R. Ayuntamiento de Monterrey presidido por Luis Donaldo Colosio Riojas, ha dado a la ciudad la categoría de heroica.