Editoriales

La guerra psicológica

Cuando estamos en medio de una pelea abierta, normalmente nos crecemos al castigo y nuestro sentido de sobrevivencia nos lleva a mejorar tato en la defensa como en el ataque.

Sin embargo, en las estrategias del arte de la guerra, un elemento de sorpresa transmite un mensaje que muchas veces impacta negativamente al enemigo igual o más que los ataques directos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército ruso luchaba contra el alemán cuando Hitler ordenó una invasión y no estaban preparados los soviéticos para responder adecuadamente, por lo que utilizaron estrategias poco comunes pero que sorprendieron a sus enemigos.

Les dejaron paso libre para que se internaran en su frío territorio hasta que la nieve no les permitió avanzar y estuvieron buen tiempo defendiéndose del clima más que de los rusos.

Pero también utilizaron trucos que les enviaban mensajes de desaliento.

Los rusos entrenaron a una jauría de perros para obtener comida cuando corrían debajo de un vehículo acorazado, así que les colocaban explosivos en el lomo y los soltaban cerca de los blindados alemanes.

Los perros se lanzaban a buscar comida pero les ponían un palo vertical atado al explosivo, que cuando chocaba con los bajos del vehículo explotaba.

Sólo funcionó como arma mortal poco tiempo pues los alemanes los estaban cazando y los acribillaban antes de que llegaran.

Pero les seguían enviando perros que los ponían nerviosos, minándoles la moral.

Otra era colocar de noche frente a las posiciones alemanas un espantapájaros caricaturizando a Hitler, con su característico bigote.

Por la mañana con megáfonos les invitaban a los soldados alemanes a disparar a los espantapájaros, sabiendo que había desencanto con su Führer por el error cometido al ordenar la invasión en esa estación invernal.

Los alemanes no podían permitir esa afrenta así que enviaban a varios soldados a retirar el ignominioso muñeco. Si conseguían evadir las balas contrarias, se enfrentaban a la última broma: en el interior del muñeco había varias granadas que explotaban al moverlo.

En la larga batalla de Leningrado, los soviéticos instalaron altavoces potentes y emitían música de tangos, pues sus psicólogos les dijeron que la melancolía les recordaría su hogar y a su familia y que no tenía sentido pelear tan lejos de casa.

Al principio lo tomaron con buen humor y hasta bailaban algunos, pero pasados los primeros momentos de sorpresa, la moral de los soldados alemanes acusó el efecto de la tristeza.

Todo suma en una guerra, así que cuando recibamos estímulos para desanimarnos, debemos reaccionar positivamente, no dejarnos caer porque con la moral baja, una victoria es casi imposible.