Editoriales

Apoyar a una persona no garantiza su lealtad

La historia está llena de ejemplos. Ayudar a alguien para encumbrarlo lleva muchas veces al desengaño si el recipiendario del apoyo es desagradecido. En Francia hubo elecciones de gobernador en 1848, y la lucha democrática real era entre el general Louis Eugène Carvaignac y Luis-Adolphe Thiers.

Ambos representaban corrientes diversas, pues Carvaignac era un fuerte orador de la derecha que manejaba la demagogia con naturalidad, mientras Thiers se proclamaba como un defensor del orden. Claramente Carvaignac se perfilaba para ser el triunfador, así que Thiers realizó una jugada magistral, postulando a Luis Bonaparte, sobrino nieto del gran Napoleón. Este Luis era sólo un funcionario menor en el Parlamento francés.

Ello le permitió a Thiers ilusionarse de que lo manejaría a su antojo una vez electo, pues con su ayuda más su glorioso nombre podría convertirlo en el triunfador de la contienda. Así se hizo y efectivamente Luis Bonaparte se alzó con la victoria electoral, pero una vez en el poder, le salió una personalidad que no se le conocía, pues el tipo resultó ser muy ambicioso. No habían pasado tres años cuando este nuevo Bonaparte disolvió el Parlamento nacional y se proclamó emperador. Duró diez y ocho largos años en el poder y Thiers se perdió en el olvido.