02/May/2024
Editoriales

Louis Armstrong

Soy un enamorado del jazz. Es una música para disfrutar la copa, la compañía y la vida. En el jazz, Louis Daniel Armstrong tiene su lugar aparte, pues su voz y trompeta son inigualables. Todas sus canciones, no sólo Hello Dolly, y What a Wonderful World, son bellas piezas musicales de este hombre de color que vino desde mero abajo; todas son muy buenas. Mary “Mayann” Albert se llamó su madre que disfrutaba enormemente el éxito de su hijo. Mary, su hermana Beatrice y Louis vivieron en la más profunda miseria porque su padre William Armstrong los abandonó, viviendo en Perdido Street, de Nuevo Orleans. En su barrio había pobreza en serio; cuando alguien moría le ponían un plato en el pecho para recoger limosnas que permitieran pagar su sepelio. Louis padeció directamente el racismo norteamericano, pero se las ingeniaba para comer las sobras de un restaurante cercano, hasta que la familia judía Karfnosky le abrió las puertas de su hogar como si fuera uno más de ellos, que también eran discriminados a pesar de ser blancos, pero vivían bien. El jefe de la casa, al ver que Louis tenía vocación musical por haber aprendido a tocar trompeta en el reformatorio para niños negros abandonados donde estuvo “hospedado” una temporada durante su niñez, le regaló una trompeta que fue su única compañera cuando huyó de Nueva Orleans a Chicago en donde hizo carrera, fama y fortuna. El rey del Jazz jugaba con el sonido de su trompeta: parecía que aullaba, gemía, lloraba o reía a carcajadas cuando remataba una melodía. Administraba bien su inconfundible voz súper ronca, cantando pocas canciones y en ellas tocaba más que cantaba. Al morir su madre, Louis le regaló uno de los mejores funerales que se hayan visto en todo Nuevo Orleans, saliendo de su casa en Perdido Street, acompañando el cuerpo de Mayann rumbo al panteón, iba tocando en el trayecto su famosa banda, encabezada por él, la estrella que recorría Estados unidos y Europa con la música representativa de Norteamérica de los años 30 y 40. Cuando parecía que ya estaba acabado, en 1964 Louis Armstrong –que engordó por una gula compulsiva- rompió todos los récords de ventas al lanzar su canción “Hello, Dolly” y nunca se quitó del pecho una estrella judía de oro, en recuerdo a la familia Karfnosky, a pesar de ser él de religión cristiana. Mayann murió feliz viendo por televisión las presentaciones de su hijo. Y Louis murió dormido, un mes antes de cumplir setenta años, también feliz porque ese mismo día había tocado su querida trompeta en una exitosa presentación. Muchos seguimos disfrutando su música aún sin haberlo escuchado personalmente, pero nos conquistó a distancia.