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Cannes 2018: Un cósmico Nicolas Cage trae el apocalipsis a Cannes en la heavy-metal-movie 'Mandy'

Francia - Con el fin de semana la gente llego a centenares a la Croisette. Ergo ya no solo es más difícil caminar entre el gentío -y eso que la prensa no anda, sino que corre como pollos sin cabeza de cine en cine- y más pesado pasar los diferentes controles de seguridad con su correspondiente arco magnético, sino que las colas de acceso a las salas se vuelven kilométricas y los tiempos de espera se multiplican. 

Así que como se preveía que iba a ser una de las fuertes sensaciones de Cannes 2018, este cronista se plantó hora y media antes en la fila de Mandy, segunda película de Pan Cosmatos, con estreno mundial en la Quincena de Realizadores. Cosmatos, como su ineludible apellido indica, es el hijo de George P. Cosmatos (1941-2005), director de hits de los 80 tan conocidos como Acorralado (1985) o Cobra (1986) y, según dijo en la presentación de la película, ésta está fuertemente influenciada por la muerte tanto de su padre como de su madre.

¿Qué cuenta Mandy? Pues este cruce bizarro entre El manantial de la doncella (1960) y Hellraiser (1987) que hubieran dirigido a dos manos el Nicolas Winding Refn de Sólo Dios perdona (2013) y el William Lustig de Maniac (1980), narra como una secta a los Charles Manson se cuela en la casa de la pareja formada por Red (Nicolas Cage) y Mandy (Andrea Riseborough) con fatales consecuencias para la misma y, claro, la posterior venganza a manos del propio Red, un Nicolas Cage tan tan tan tan maravillosamente loco que uno no puede dejar de aplaudir a pantalla cada vez que empieza a desbarrar en plan gif (y es, prácticamente, todo el rato). De hecho, hay una secuencia en plano fijo en el interior de un baño con Nicky en calzoncillos que, desde ya mismo, es pura iconografía del fantástico. Y es que Mandy es cult movie absoluta: dividida en dos partes muy diferenciadas -la primera sería la “modo Refn” y la segunda la “modo Lustig”- teñida de rojos y naranjas que queman la pantalla, mezclando animación “heavy metal” con surrealistas fugas fruto del LSD que ingieren los villanos como si fuera Coca-Cola, y con una banda sonora tremenda a cargo del tristemente fallecido Jóhann Jóhannsson, la película lo parte tanto por el lado fantástico como por el estrictamente terrorífico. Obviamente, la ultra-violencia que baña en sangre la pantalla viene salpicada por un humor absolutamente desternillante, en buena medida por lo bruto de las acciones -ojo a la pelea con sierras mecánicas- pero especialmente por ese Nicolas Cage que sabe lo que su público quiere y se lo entrega en un recital de demencia que hace que Ghost Rider: Espíritu de la venganza (2011) parezca una película de José Luis Garci. En fin, un deleite absoluto, que arrancó la ovación más fuerte oída en Cannes hasta la fecha.

En el otro lado de la cuerda, pero siguiendo en la Quincena de realizadores, Romain Gavras -hijo de Costa-Gavras-, cineasta formado en el mundo del video-clip con interesantes resultados (suyo es el “Born Free” de M.I.A.), estrenó Le monde est à toi ('El mundo es tuyo'), una comedia comercial de aroma noventero que tan pronto puede recordar a Trainspotting (1996) como a la española Airbag (1997). Vaya, que fácilmente llega 20 años tarde, pero aún así uno puede imaginar el tremendo taquillazo que hará en Francia. La película cuenta los trapicheos de unos desastrosos traficantes, encabezados por François (Karim Leklou) y Henri (Vincent Cassel), que viajan a Benidorm a por un cargamento de hachís y acaba todo enredándose a modo de comedia loca que tan pronto introduce peleas brutales como hermosos momentos en karaokes. La gente se tronchaba en la sala, pero es inevitable no llevarse las manos a la cabeza ante lo ridículo del asunto. Especialmente llamativa es la presencia de la icónica Isabelle Adjani ejerciendo de madre del protagonista como si de una tarántula venenosa se tratara.