27/Apr/2024
Editoriales

Los juegos de antes

En mi niñez había pocas cosas con qué entretenernos cuando no íbamos a la escuela o no había trabajo que desempeñar. Jugar béisbol no era sencillo pues debía coincidir que todos estuviéramos desocupados, sobre todo Arturo, el niño que tenía dos guantes de piel: el de cátcher y otro que nos rolábamos en cualquiera de las bases. Los demás guantes eran hechizos. Competir jugando carreras era sólo cuando nos organizaban los profesores de la escuela. La televisión no existía, así que había tiempo para dedicarle a descubrir habilidades con el maravilloso aparato humano. Aún puedo mover las orejas en paralelo o una por una.

Los movimientos de las cejas –una hacia arriba y la otra hacia abajo- algunas veces puedo hacerlo y otras no. Pero recuerdo que jugaba solo a cerrar los ojos rápido y con fuerza, lo que me hacía ver figuras y colores exóticos. Eso definitivamente ya no puedo, tal vez sea que el resplandor de la pantalla de la computadora me haya disminuido la sensibilidad a los colores, o que se me esté formando alguna catarata. 

Esa es una de las facultades que me gustaría recuperar pues así no me aburría, mientras ahora me distraigo viendo mensajes en mi celular. Pero nada qué hacer esta modernidad cibernética con la maravilla natural que antes disfrutaba. El ejercicio con los ojos permitía que inventara figuras geométricas, mientras que lo que aparece en mi celular no da oportunidad de imaginar nada, todo es demasiado explícito.