25/Apr/2024
Editoriales

Entrecurules 13 06 18

Ni Jaime Nunó ni Francisco González Bocanegra, autores del Himno Nacional, ciertamente no fueron héroes en el sentido vulgar de la palabra: No conquistaron imperios ni alcanzaron riquezas: fueron sencillamente algo más, fueron artistas que en un momento de sus vidas supieron recoger las aspiraciones del pueblo mexicanos trágico, dolorido y glorioso.

La vida de Nunó, como la de Bocanegra, trascurrió acaso entre el drama y la ventura de todas las vidas, pero de fe, de optimismo y a veces, de esperanzas y tristezas, nos dice  Alejandro Gómez Arias, pulcro y vigoroso orador, quien ocupa un sitio en la historia mexicana, quien fue abogado de profesión, fue profesor de la Escuela Nacional Preparatoria y Oficial Mayor de la Procuraduría del Distrito y Territorios Federales.

 Tuvieron existencias serenas ambas, sin embargo iluminadas por un relámpago y que, gracias al milagro del genio, un día encarnaron a la Nación, de un alma definida y grande.

Fueron como la nación misma y hallaron aliento para construir el himno que arrulla la vida de este pueblo.

¿Qué es un himno? Un himno es el que muestra las pasiones y trata del dolor de un grupo humano; en él se concentran las vagas aspiraciones de una raza, de una nación. 

 Cuando escuchamos el Himno Nacional es como si oyéramos la voz de la Patria; entonces con un escalofrío de muerte nos asomamos al pasado y al mismo tiempo el sonido del canto a nuestro espíritu no sé qué extraño poder para vislumbrar el futuro.

 Si cuando las gargantas infantiles se escapan esas notas parece que, elevándose a los cielos, surge la voz poderosa, invencible, de la Patria.

 Hay en sus estrofas y en sus arrebatadoras notas algo de los roncos cuernos de las tribus salvajes y un eco de las grandes civilizaciones indígenas, un poco de los fúnebres acentos rituales, de los sombríos sacrificios que en la Plaza de la Constitución contempló y mucho de la aventura luminosa, ilustre, de Quetzalcóatl.  Destellos y sombras. Es el Himno Nacional.

Pasan los tiempos, corren los días y sobre el lago lleno de azules misterios se dobla la flor más pura de su raza. Cae Cuauhtémoc, el joven glorioso, sobre las ruinas humeantes, Vasco de Quiroga, las Casas y cien santos más, elevan una cruz y enseñan a orar en el más hermoso de los lenguajes de occidente. Y es el Himno Nacional.