Editoriales

El ensayo como búsqueda y creación

Rigoberto Pupo Pupo

Dr. en Filosofí­a. Dr. en Ciencias

Prof.Universidad "José Martí­" de Latinoamérica.

Este ensayo no ha sido hecho por encargo. Es un resultado de muchos años de estudio. Las investigaciones hechas en torno a los nuevos saberes emergentes, a la teorí­a de la complejidad y el pensamiento complejo, y principalmente los estudios sobre José Martí­, Juan Marinello y Medardo Vitier son sus antecedentes principales. Estos tres grandes ensayistas de Cuba y de nuestra América han dejado una huella imborrable en mí­. Hombres de pensamiento grande que con sabia inquietud, y sed trascendente, se adelantaron a su momento histórico.

Los ensayos de Martí­, verdaderas joyas literarias con elan cultural desbordante y espí­ritu cogitativo de alto vuelo me han alumbrado caminos. Emerson, Cecilio Acosta, el prólogo al Poema del Niágara, de Pérez Bonalde, y por supuesto, "Nuestra América", son ensayos con numen complejo, impactantes, que inconscientemente lo conducen a uno hasta la conversión[1].

Los trabajos martianos de Marinello, ricos ensayos que presentan a Martí­ como totalidad trascendente, resultan atrayentes y no dejan espacio a la vacilación[2]. Lo hacen cómplice y eternos seguidores, a veces sin darse cuenta. Su discurso es letra con filo y humano ecumenismo[3].

La rica obra de Medardo Vitier, como grande ensayista y teórico relevante del género, abre cauces insospechados en la revelación grandiosa de "la literatura de ideas", del ensayo, como búsqueda y creación, y de sus infinitas posibilidades cultivadoras del pensamiento y la sensibilidad humanas[4].

Las grandes figuras del ensayismo hispanoamericano, Unamuno, Ortega y Gasset, José Enrique Rodó, Montalvo, Vasconcelos, Mariátegui, y otros han sembrado semillas que siempre encuentran cultivadores: unos divulgan su legado, otros, bebiendo de ellos y con impulso de trascendencia, hacen aportaciones para desbrozar caminos en correspondencia con los nuevos tiempos.

El ensayismo ha hecho mucho y dicho más (...) En los momentos de crisis asoma con ansiedad e indica horizontes. Se sabe a sí­ mismo, fuerza telúrica, que soslaya la simpleza y los reduccionismos, para ascender, siendo. Que no impone ni dispone, porque propone en su búsqueda creadora.

El ensayismo es fuerza de "resistencia y libertad" y en los momentos actuales emerge como discurso ansioso de humanidad para dar respuesta a las exigencias del siglo XXI. Siglo marcado desde su inicio por la incertidumbre, la desilusión y las crisis existenciales.

Toda escritura, independientemente del género en que tome cuerpo, expresa la sensibilidad y la razón de su tiempo histórico; sin embargo, el ensayo como literatura compleja de ideas aladas, es al mismo tiempo búsqueda y creación. Por eso deviene urgencia cultural para la cultura misma que se sabe amenazada, en su esencia y propósitos, y busca caminos para preservar su existencia.

Las razones que asistieron a Medardo Vitier para afirmar la preeminencia del ensayo para su siglo XX, hoy a inicio del XXI, se repiten. "Parece que el ensayo alcanza su plenitud en nuestro tiempo. El mundo está revisando sus valores. Estamos discutiéndolo todo. Queremos replantear. Lo pasado nos interesa vivamente, por lo mismo, e intentamos explicar a otra luz. El lector que siga atentamente la corriente de obras fuertes que circulan hoy, advertirá que nuestra época es explicativa. ¿Será la despedida de un mundo viejo? Baste citar "El mundo que nace" de Keiserling, y es un ensayo.

En "La deshumanización del arte", de Ortega y Gasset, se nos da una explicación sobre cosas de estética. Este ensayo aparece suscitado por largas disputas contemporáneas. Quiere aclarar, conciliar.

Se infiere de estas apuntaciones que el ensayo no aparece, o al menos no alcanza auge, sino al término de una civilización y al esbozarse en la sociedad,- en los hechos y en los criterios,- una nueva estructura del mundo. Es un género de madurez histórica, y en momentos muy indicadores, cuando menos, lo vemos aparecer y situarse en la frontera de dos civilizaciones. Nótese el momento en que componen sus ensayos Bacon y Montaigne, con respecto a los rumbos espirituales de Europa. Repárese, limitando mucho más el campo, en la fuerte corriente ensayí­stica de España, de 1890, año más o menos, a nuestros dí­as. Son épocas en que sin perjuicio de la unidad orgánica de la historia, se escinde algo, se recuentan las energí­as humanas, y se recomienza a mirar, con voluntad de vivir el rostro enigmático del destino. Creo, por eso, que nuestro siglo asistirá todaví­a a una boga del ensayo. Que conserve o no sus lineamientos, no es cosa predecible.

Las materias más graves han sido temas del ensayo, desde los primeros vagidos de éste hasta su plenitud actual"[5].

Y es que si en todos los tiempos, el ensayo es impulso de inquietud, en los momentos de crisis, es inquietud de impulsos aprehensivos renovados para mover conciencias y encauzar propósitos. Es un género, que más que la información, busca la comunicación y el sentido de las cosas y los procesos, en su real complejidad. Por eso, es al mismo tiempo, un método."El pensamiento complejo-escribe Morin- incluye en su visión del método la experiencia del ensayo. El ensayo como expresión de la actividad pensante y la reflexión, es la forma más afí­n al pensar moderno.

Pensar una obra como ensayo y camino es iniciar una travesí­a que se despliega en medio de la tensión entre la fijeza y el vértigo. Tensión que, por un lado, permite resistir al fragmento y, por el otro, a su contrario: el sistema filosófico, entendido como totalidad y escritura acabada. Sobre todo, resistir, porque como afirma el sabio Hadj Garum O´ rin: "el hombre y su heredero permanecerá pascaliano- atormentado por los dos infinitos- , kantiano- chocando con las antinomias de su espí­ritu y los lí­mites del mundo de los fenómenos-, hegeliano- en perpetuo devenir, en continuas contradicciones, en busca de la totalidad que le huye".

Desde Montaigne, quien utiliza el término ensayo para escritos en Burdeos y confesaba no poder definir al ser, sino sólo "pintar su paso", hasta Baudelaire quien señalaba que el ensayo es la mejor forma de expresión para captar el espí­ritu de la época, por equidistar entre la poesí­a y el tratado, el ensayo es también un método. El ensayo, entre la pincelada y el gerundio, no es un camino improvisado o arbitrario, es la estrategia de un obrar abierto que no disimula su propia errancia y, a su vez, no renuncia a captar la fugaz verdad de su experiencia.

El ensayo abriga su sentido y su valor en la proximidad de lo viviente, en el carácter genuino "tibio, imperfecto y provisorio" de la vida misma. Es esto lo que le da su forma única y exhibe su modo peculiar, y es también el principio que lo funda"[6].

Es también el principio que lo funda, porque como bien dijo Ortega y Gasset, "(...) es la ciencia sin la prueba explí­cita"[7], porque no opera con a priori, sino busca para probar con soberana libertad. Una búsqueda a veces incierta, pero con el entusiasmo indagador que no dispone para empobrecer el discurso y la vida misma, y sí­ propone para enriquecer y crear. Por eso, el buen ensayo dará luz al oscuro siglo que hemos iniciado y junto con la poesí­a alumbrará con "luz de estrella" nuevos cauces, discernimientos y aprehensiones complejas, para seguir soñando..., siendo... y haciendo...

Soñando...

Vivir soñando es alargar la vida.

Hacer poesí­a sin estimular la imagen.

Volar muy alto, sin potentes alas.

Construir verdades y encontrar creyentes.

Ver el guiño de una estrella como sonrisa amada.

Sentir el golpe del viento como deseado beso.

Proyectar mi yo y saber que soy.

Convertir los detalles en cosas grandes.

Creerse pequeño para engrandecer.

Mirar la gente y revelar bondad.

Despertar ilusiones y realizarlas.

Pensar el ser sin quedarse en él.

Enriquecer el espí­ritu para abrir caminos, y

Asumir la vida queriendo ser.

¡Soñar, es elevarse, siendo!

R. Pupo

El ensayo, eleva humanamente, sin dejar de ser. Es literatura de ideas grandes (...) ¡que espera, desespera y alza el vuelo!

El ensayo y su elan filosófico- cultural y complejo.

La concepción del ensayo, como el ensayo mismo, tiene su historia. Como género literario no siempre su definición conceptual[8] ha coincidido con su contenido real. Ha primado con frecuencia la superficialidad definitoria y acomodaticia de encuadrar un concepto, con independencia de su correlato con la realidad y el espí­ritu animador del sujeto que piensa, siente y actúa.[9] Sencillamente, por tradición lógica hay que definir, aunque se empobrezca lo definido. ¿Actitud nihilista ante las definiciones lógicas? Por supuesto que no, siempre y cuando se conciban en su relatividad aproximativa, como acercamiento al objeto y a sus diversas mediaciones que lo hacen complejo. Es necesario tener en cuenta la especificidad del objeto y el sujeto que lo aprehende, es decir, en resumen, seguir la lógica especial del objeto particular y su inserción histórico-cultural.

Por eso, los grandes espí­ritus ensayistas y nuestro continente es pródigo en ello- no rehúyen las definiciones como punto de partida del discurso analí­tico y sintetizador, pero las completan con las caracterizaciones, la imaginación creadora y otras formas aprehensivas, incluidas la hermenéutica, la semiótica y el psicoanálisis en la configuración del discurso.

No siempre el rigorismo lógico y los prejuicios formales que le son inherentes han reinado absolutamente con sus secuelas autoritaristas. Sin embargo el género ensayí­stico ha sufrido sus nefastas consecuencias. Se ha considerado ejercicio intelectual de menor grado. Medardo Vitier, mente de alta estirpe de Cuba y América, lo ilustra con fuerza convincente: "(...) Kelly, el hispanista inglés, que tanto predicamento alcanza a virtud de su Historia, ni siquiera usa la palabra ensayo en las lí­neas que escribe sobre D. Miguel de Unamuno. Es cierto que fija la importancia de la figura, pues dice: "Es un talento múltiple: erudito, crí­tico, poeta (...) pero no apunta la función del ensayista ni se detiene a ese respecto en otros coetáneos de Unamuno que con sus ensayos dan fisonomí­a a las letras españolas (...) Estudia los escritores románticos (...) mas de aquella concepción del mundo que comunicó tono inconfundible a la época literaria, no hay noticia (...) El ensayo es en ellos se refiere también a Ortega y Gasset- y lo ha sido para la sensibilidad española en estos decenios de la centuria, cosa orgánica, sustantiva, porque ha examinado, del novecientos acá, los motivos y valores del alma nacional."[10]

Esta tendencia, por suerte, no se impuso. La concepción de que las fronteras entre los géneros literarios más que absolutas, son movedizas, inestables y relativas, convirtióse en convicción y la tesis del grande ensayista martiano, Juan Marinello, de que el tratado impone y el ensayo pone, abre cauces de sorprendente valí­a.[11] Y es que el ensayo -sin menospreciar los otros géneros literarios que cumplen sus respectivas funciones en la literatura-, posee particularidades propias que enriquecen, avivan y vitalizan el pensamiento creador y la ascensión humana. Su miraje sociocultural antropológico permeado de espiritualidad escrutadora, convierte en indisoluble haz la filosofí­a, la literatura, el arte, la sociologí­a y todas las ciencias del hombre para desplegarse con fuerza hacia la naturaleza del cosmos humano en relación con su universo cultural y social.[12]

El elan filosófico cultural que resume y nuclea al ensayo, en su esencialidad, posibilita que el discurso que lo encauza vincule en estrecha unidad las ciencias del hombre. Evita por su propia naturaleza, la especialización discursiva, que aunque en los tratados didácticos intente agotar los problemas en sistemas coherentes, enseña, pero no cultiva. Y la enseñanza es parte de la cultura, pero no la cultura misma, que implica por sobre todas las cosas sensibilidad humana, razón utópica y conciencia crí­tica. Triada imprescindible para la formación humana. ¿Aversión a los tratados? Indudablemente que no, pues organizan la mente, informan, sistematizan los conocimientos y valores heredados. Pero para la flexibilidad dialéctica, la cultura del ser existencial humano y la búsqueda creadora, el discurso ensayí­stico es insustituible. Se trata de una necesidad de humano propósito, presente en todas las latitudes de la civilización humana.

En Europa, la tradición ensayí­stica por exigencia cultural, a partir de Montaigne encuentra desarrollo y concreción. Grandes mentes excepcionales de las letras y la filosofí­a, sin proponérselo, recurren al ensayo para expresar su ser esencial y el devenir de sus circunstancias temporales, intereses y fines humanos.[13]

En España, la historia del ensayo, como expresión también de la subjetividad humana, en perenne búsqueda de la creciente espiritualidad y los problemas del hombre, en relación con la sociedad, encuentra grandes cultivadores[14]Durante el siglo XIX el ensayo continúa cultivándose con vigor y se consolida en su forma actual con la Generación del 98. Larra publicó numerosos artí­culos en periódicos y revistas de la época, posteriormente recopilados en Colección de artí­culos dramáticos, literarios, polí­ticos y de costumbres (1835-1837, 5 volúmenes) y íngel Gavinet (Idearium español) es el antecedente más inmediato de la Generación del 98. Le siguen Unamuno (En torno al casticismo; La vida es sueño) y Azorí­n (Los pueblos; Castilla). La erudición queda representada en la obra de Menéndez Pidal, autor de reconocido prestigio en Europa. Los principales exponentes de la corriente ensayí­stica anterior a la guerra son Ortega y Gasset (España invertebrada; La rebelión de las masas), Eugenio d'Ors (Glosario) y Gregorio Marañón (Enrique IV de Castilla; Don Juan). (Ibí­dem) que hicieron época e influyeron con fuerza en nuestra América.

En América Latina, el ensayo deviene urgencia histórico-cultural. Su propia conformación histórica y su í­mpetu de resistencia a no ser eco y sombra de culturas exógenas determinan una posición crí­tica ante su realidad y la alienación que la acompaña[15]. Emancipación humano-cultural, polí­tica y social impulsan una especí­fica actitud. Los hombres de letras y su producción espiritual se convierten en autoconciencia de las ansias de identidad, con vocación de raí­z americana y espí­ritu ecuménico. A todo esto se une una cualidad inmanente al hombre latinoamericano, al "hombre natural", en el decir de José Martí­: su rica espiritualidad y creciente humanidad emprendedora que lo llevan a ser imaginativo, soñador, utópico y a veces permeado de ingenuidad. Una cultura, fundada en una naturaleza diversa, cósmica, pero única en sus propósitos. Un ser pletórico de ilusiones que no tiene que esforzarse para revelar realismo mágico y lo real maravilloso porque está presente en sus propias circunstancias. Esto y mucho más cualifican la existencia de toda una pléyade de ensayistas latinoamericanos, capaces de "ver con las palabras y hablar con los colores" y expresar un discurso propio con imágenes y conceptos de alto valor cogitativo y numen cosmovisivo.[16] En fin, tematizan su mensaje, uniendo filosofí­a y literatura como totalidad orgánica y con cauces culturales de riqueza inusitada. Porque, según expresa Martí­ en su magistral ensayo Nuestra América: "La poesí­a se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea."[17] Cargada de idea por la vitalidad que le imprime el alma filosófico-cultural que lleva dentro el discurso.

La tesis reveladora de Juan Marinello de que el tratado dispone y el ensayo pone cualifica con creces la naturaleza expresiva y la inagotable riqueza subjetiva de éste. Dos rasgos esenciales dan sui-géneris particularidad al ensayo: el sello personal del escritor y el despliegue no sistemático del tema. Ambos imprimen sentido filosófico-cultural al discurso: por la cósmica aprehensión del asunto y por la sensibilidad de expresión con que se asume. Oigamos a modo ilustrativo el verbo de Martí­ en su grande estilo ensayí­stico: "í‰l traí­a su religión -se refiere al magno predicador Henry Ward Beecher- oreada por la vida. í‰l vení­a del Oeste domador, que abate la selva, el búfalo y el indio. La nostalgia misma de su iglesia pobre le inspiró una elocuencia sincera y amable. Hací­a tiempo que no se oí­an en los púlpitos acentos humanos. Le decí­an payaso, profanador, hereje. í‰l hací­a reir; él se dejaba aplaudir, ¡culpable pastor que se atreví­a a arrancar aplausos! í‰l no tomaba jamás su texto del Viejo Testamento, henchido de iras, sino que predicaba sobre el amor de Dios y la dignidad del hombre, con abundancia de sí­miles de la naturaleza. En lógica, cojeaba. Su latí­n era un entuerto. Su sintaxis toda talones. Por los dogmas pasaba como escaldado. ¡Pero en aquella iglesia cantaban las aves, como en la primavera; los ojos solí­an llorar sin dolor y los hombres experimentaban emociones viriles!"[18]

A los dos rasgos señalados -cualidades esenciales del ensayo- se derivan otros,[19] que no por secundarios, restan valor al género. Todo lo contrario: emanan de ellos para completarlos: la imaginación, predominio de los sentimientos, las imágenes, las emociones. El discurso se resiste a cerrar, es sugestivo, suscitador y con ello, pleno de aperturas y aprehensiones. El estilo es dúctil, sugerente y tolerante. Hay espacio para la relatividad, si bien tiende a lo grande, a lo absoluto por su concentración, fuerza espiritual y subjetiva.[20] No rehúye a la objetividad, a la responsabilidad, al deber, pero lo hace por cauces culturales con alto vuelo cogitativo. Se detiene también en los detalles, por ser cosas humanas, pero los inserta a la corriente que despierta semillas dormidas. Cultiva humanidad y axiologí­a de la acción con nobles propósitos. Hay pedagogí­a en el discurso, pero teñida de numen filosófico-cultural. Por eso no es normativo, sino comunicativo. Parte del yo personal, pero como se dirige a la persona humana y a sus motivos capitales, respeta al otro. Fluye con desenfreno el mundo interior del escritor, con sentencias, frases aforí­sticas, ideas grandes por sus posibles varias recepciones e interpretaciones, metáforas, dichos populares, etc. pero no siempre con fines egocentristas, sino para comunicar con amenidad, encontrar consenso y lograr empatí­a. Medardo Vitier, en su estudio sobre el ensayo, refiere a la vida de D. Quijote y Sancho, de Unamuno, y descubre nuestro asunto con excelsa maestrí­a: "Tiene (...) innegable objetividad en cuanto nos va presentando el contenido del Quijote. Pero no es esa objetividad pura, limpia de vetas personales que hallarí­amos en una historia literaria donde el autor dedicase uno o más capí­tulos a la interpretación del famoso libro. Porque Unamuno se vierte todo él, con su irremediable desasosiego espiritual en esas páginas. Ese estilo suyo, que no busca tersura, pero que consigue inusitada fuerza, dibuja una angustia racial y a la vez de humana universalidad que él sazona con su propia psiquis atribulada. Su libro estudia, sí­, el Quijote, y nos guí­a a verlo en lo profundo, pero las mejores esencias de este trabajo son de aportación personal. No es cosa de erudición sino de sugestión. Ni es la prosa didáctica que un plan frí­o ordena en yuxtaposiciones lógicas, mesuradas, sino el fluir creciente de un lamento que se enciende en profecí­a o se quiebra en lágrima viril. El vasco "fino y fuerte", aclimatado en Castilla es allí­ la voz viviente de la España grande. Nos da en ese libro un ensayo, no un tratado, no un estudio de riguroso método filológico."[21]

Por supuesto, aquí­ nos detenemos en el ensayo literario-filosófico, bueno, con vuelo de altura. Hay ensayo y ensayo.[22] Pero imbuido en el espí­ritu de este género, nos dirigimos a lo grande, a lo más perfecto, a los que han ganado status paradigmático por su excelencia espiritual y su trascendencia. No es posible pensar el ensayo en nuestro idioma sin recordar a Unamuno, Ortega y Gasset, José Martí­, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, José Enrique Rodó, Pedro Henrí­quez Ureña, Juan Marinello, Medardo y Cintio Vitier, entre tantos que lo han cultivado en España y en nuestra América, con devoción, talento y oficio.

Estos grandes ensayistas, a veces sin abandonar otros tipos de prosa, como el tratado (texto didáctico, manual, etc.), la monografí­a, la crí­tica, el discurso, el artí­culo, etc. han convertido el ensayo, más que en un género literario, en una misión de creciente humanidad y eticidad concreta. Sus propensiones fundadoras les han permitido develar en el ensayo infinitos menesteres espirituales para sembrar al mismo tiempo ciencia y conciencia, razón y sentimiento, tan necesarios en la formación del hombre creador. "Bueno es dirigir, pero no es bueno -enfatiza Martí­- que llegue el dirigir a ahogar (...) Garantizar la libertad humana -dejar a los espí­ritus su frescura genuina, no desfigurar con el resultado de ajenos prejuicios las naturalezas (puras y ví­rgenes)- ponerlos en aptitud de tomar por sí­ lo útil, sin ofuscarlas, ni impelerlas por una ví­a marcada, he ahí­ el único modo de poblar la tierra de una generación vigorosa y creadora que le falta. Las redenciones han venido siendo formales; es necesario que sean esenciales. La libertad polí­tica no estará asegurada mientras no se asegure la libertad espiritual. Urge libertar a los hombres de la tiraní­a, de la convención, que tuerce sus sentimientos, precipita sus sentidos y sobrecarga su inteligencia con un caudal pernicioso, ajeno, frí­o y falso. Este es uno de esos problemas misteriosos que ha de resolver la ciencia humana (...)" [23]

Esto explica por sí­ solo, el por qué el ensayismo ha formado parte consustancial de los grandes humanistas, preocupados por el drama del hombre y por revelar todo lo que contribuya a la ascensión humana. Explica, además, por qué se relievan y se incrementan con más fuerza en los momentos de crisis existenciales, en las etapas de cambios y perí­odos transicionales que más afectan al hombre, los valores y la cultura.

Es en sí­ mismo, el ensayo, una escritura crí­tica de reflexión y búsqueda en torno a problemas sensibles del hombre o relacionados con él. Un discurso, a veces con ribete agónico, en función de las disyuntivas que presenta la realidad humana y su discernimiento para elegir lo que humanamente se considera más racional por parte del escritor. Por eso en su interior hay una intencionalidad expresa que signa la lógica del problema, pero ajeno a fórmulas o esquemas preconcebidos. Hay recursos técnicos -propios de cada escritor- pero coloreados por su subjetividad indagadora y su capacidad personal.

El ensayo, si es consecuente con su misión, no puede operar con rigidez discursiva. Ante la revisión de valores los esquemas sólo funcionan para crear esquemas y resultan ineficaces y poco atrayentes. La osadí­a, la exposición al riesgo y la valentí­a son atributos cualificadores del buen ensayista. Como también lo son la gracia, el tono y el relieve de las ideas. "Fue Ariel -refiere M. Vitier al excelente ensayo de Rodó- un arrullo por la forma y una señal (...) Observo en Ariel dos caracteres, que en los casos más logrados, el ensayo concilia: la dignidad de las ideas y el encanto de su comunicación. Flota en sus perí­odos también ese polvo inasible del misterio humano (...) Insisto en ese don de encanto intelectual que es atributo de los mejores ensayos. Dí­gase gracia estética si se quiere."[24]

Gracia estética que, sin proponérselo el escritor, subyuga al lector, por la elocuencia, el tono, el color, el calor y el relieve y vitalidad de las idas. Unido a la coherencia del discurso, la armoní­a, la sinceridad y nobleza expresivas. El ensayo Cecilio Acosta, de Martí­, subyuga, paraliza, nos hace cómplice y concentra la atención: "Ya está hueca, y sin lumbre, aquella cabeza altiva, que fue cuna de tanta idea grandiosa; y mudos aquellos labios que hablaron lengua tan varonil y tan gallarda; y yerta, junto a la pared del ataúd, aquella mano que fue siempre sostén de pluma honrada, sierva de amor y al mal, rebelde. Ha muerto un justo: Cecilio Acosta ha muerto. Llorarlo fuera poco. Estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes naturalezas y digno de ellas. Trabajó en hacer hombres; se le dará gozo con serlo. ¡Qué desconsuelo ver morir, en lo más recio de la faena, a tan grande trabajador!

Sus manos, hechas a manejar los tiempos, eran capaces de crearlos. Para él el Universo fue casa; su Patria, aposento; la Historia, madre; y los hombres, hermanos; y sus dolores, cosas de familia que le piden llanto. El lo dio a mares (...) Cuando tení­a que dar, lo daba todo; y cuando nada ya tení­a, daba amor y libros (...) í‰l, que pensaba como profeta, amaba como mujer." [25]

Estamos en presencia -por supuesto, ante un ensayo literario-, pero la belleza ensayí­stica expresiva no está reñida con el tema de objeto discursivo. La sensibilidad del escritor, su creciente humanidad y el devenir en sus cauces culturales, imprime razón estética. La coherencia armónica y su consecuente gusto estético como están insertos a una cultura de la razón y de sentimiento, despierta esa bondad, verdad y belleza que el hombre lleva dentro, que sólo espera por cauces humanos para revelarse. ¿Quién puede negar la bondad, la verdad y la belleza de un ensayo cientí­fico, cuando un escritor con profesionalidad y oficio es capaz de insertar el discurso a la cultura, pues la cultura, más que acumulación de conocimiento, es sensibilidad humana para captar lo pequeño, lo grande y lo absoluto con sentido histórico, acorde con el presente y lo por venir, sin olvidar la buena tradición del pasado que sirve de raí­z.

Por eso, en mi criterio, el elan filosófico-cultural es inherente al buen ensayo. Todaví­a más: es su mediación central. Porque lo dota de sentido cosmovisivo al hacer centro suyo la subjetividad en sus varios atributos cualificadores: conocimiento, valor, praxis y comunicación y al mismo tiempo porque los concibe insertos en la cultura. Los valores humanos, que tanto privilegia el ensayo, sólo funcionan cuando se culturalizan, cuando son alumbrados y guiados por una cultura de la sensibilidad y la razón.

En fin, el elan filosófico-cultural, inmanente al buen ensayo, implica conciencia crí­tica, razón utópica realista y cultura de la sensibilidad.

En los tiempos actuales, cuando la globalización se esfuerza por la homogeneidad cultural, en detrimento de nuestras culturas nacionales que sirven de pivotes de reafirmación identitaria, el buen ensayo tiene mucho que decir y hacer. ¿Oposición a la globalización? Por supuesto que no. Es un fenómeno objetivo, engendrado por la historia y la cultura. Pero no se puede olvidar la divisa principal de la herencia ensayí­stica fundadora de nuestra América: la necesidad de partir de las raí­ces con vocación ecuménica.

El ensayismo latinoamericano, rico por su espiritualidad, no puede hacer coro con el presentismo, la idea del fin de la historia, el nihilismo cultural y la negación de los principios humanistas que propagan algunas corrientes postmodernistas. No se puede perder el sentido de identidad que une nuestros propósitos verdaderamente humanos ni subvertir la cultura del ser por la cultura del tener, fuente del desarraigo, la crisis de valores y los vací­os existenciales.

Ante el pesimismo y el escepticismo que tanto impera ya en los albores del siglo XXI nuestro ensayismo no puede olvidar que vivir es creer. Hay que asirse al valor de las ideas, pues como enseña el Apóstol de nuestra América: "no hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mí­stica del juicio final, a un escuadrón de acorazados (...) Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras".[26]

En resumen, no permitamos que muera la utopí­a, porque es matar la esperanza. Los sí­ntomas visibles de la crisis de la civilización no pueden aplastar los sueños que encarnan y dan vitalidad a nuestra espiritualidad. Hagamos que siga primando el ensayismo optimista y no el pesimista que también existe. La salvación de la humanidad y el progreso social que también hoy se pone en duda, debe encontrar su baluarte inexpugnable en la cultura. La cultura, como expresión del ser esencial humano y medida de su ascensión, continuará alumbrando las sendas del porvenir.

[1] Ver de Pupo, Rigoberto. "Identidad y Subjetividad Humana en José Martí­. Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco, México, 2004.

[2] Ver de Pupo, Rigoberto. Aprehensión martiana en Juan Marinello. Editorial Academia, La Habana, 1998.

[3] "(...), porque lo que quieren los hombres, escritores o no, de mi orilla ideológica, es que los intelectuales honestos y ansiosos de obra duradera, trabajen en el área de su foro propio por la llegada de una realidad social que, por su radical justicia, permita e impulse tareas creadoras (...) Y ese trabajo ha de producirse sin banderí­as excluyentes ni parcialidades debilitadoras." (Juan Marinello, "Meditación Americana". Edición Procyón, Buenos Aires, Argentina, 1959. p. )

[4] Ver "Vitier, M Apuntaciones Literarias". Editorial.Minerva, La Habana, 1935, y "Del Ensayo Americano".Fondo de Cultura Económica., México, 1945, ente otros.

[5] Vitier, Medardo. Apuntaciones literarias. Editorial Minerva, La Habana, 1975, p. 28.

[6] Morin, E, Ciurana, E, Mota, R. Educar en la era planetaria. Editorial Gedisa, S. A, España, 2003, pp. 18- 19.

[7] Idea muy a tono con las concepciones del pensar complejo de Edgar Morin.

[8]"Escrito, generalmente breve, en el que se expone, analiza y comenta un tema, sin la extensión ni profundidad que exigen el tratado o el manual." (F. ílvaro Francisco Cervantes, Diccionario Manual de la Lengua Española. Edit. Oriente, Stgo. de Cuba, 1979, p. 292); "Escrito generalmente breve y sin pretensiones de tratar a fondo una materia" (Enciclopedia Sopena. Tomo I. Barcelona, España, 1930, p. 963); "El ensayo literario es género de confluencias y posibilidad de eclosión reordenadora, aunque también puede ser pretexto para la huida de ingratas responsabilidades y refugios de piruetas ideológicas (...)" Enrique Ubieta. Ensayos de identidad. Edit. Letras Cubanas, La Habana, 1993, p. 8). "(...) el ensayo, que el propio Reyes llamó "centauro de los géneros", es en sí­ mismo lo bastante dúctil como para devorarse la mayor parte de su obra, cambiando tranquilamente de rostros" (Roberto Fernández Retamar. Prólogo a Ensayos. Alfonso Reyes. Casa de las Américas, La Habana, 1968, p. XVII). "El término ensayo como signo de un concepto literario, no se rinde a la definición, a causa de su riqueza ideológica (...) Comprende, empero dos rasgos bien acusados en el ensayo: el acento propio del escritor y el tratamiento no sistemático y riguroso del asunto" (M. Vitier. Apuntaciones Literarias. Edit. Minerva, La Habana, 1935, p. 11.) "Ensayo, composición literaria que tiene por objeto presentar las ideas del autor sobre un tema y que se centra, por lo general, en un aspecto concreto del mismo. Con frecuencia, aunque no siempre, el ensayo es breve y presenta un estilo informal. El género se diferencia así­ de otras formas de exposición como la tesis, la disertación o el tratado." (Ensayo. Enciclopedia Microsoft (R) Encarta (R) 98. (C) 1993-1997. Microsoft Corporation)

[9] Ver de Vitier, M. Apuntaciones literarias. Edit. Minerva, La Habana, 1935, p. 11.

[10] Medardo Vitier: Apuntaciones Literarias. Edit. Minerva, La Habana, 1935, p. 10.

[11] "Si bien algunas obras de escritores latinos como Cicerón, Séneca y Plutarco pueden considerarse prototipos del género, el ensayo es fundamentalmente invención del escritor francés Michel Euquem de Montaigne. El desarrollo de esta forma literaria es resultado de la preocupación por el ser humano demostrada durante el renacimiento, que estimuló la exploración del yo interior en relación con el mundo exterior. Los Ensayos de Montaigne (como el propio autor quiso llamar a las breves y personales meditaciones en prosa que comenzó a publicar en 1580) surgieron en una época de grandes cambios intelectuales y sociales; un perí­odo en el que los europeos revisaron sus opiniones y valores sobre temas de muy diversa naturaleza: la muerte y la posibilidad de una vida futura, el viaje y la exploración o las relaciones sociales. Temas que todaví­a hoy son los principales asuntos del ensayo contemporáneo." (Ensayo. Enciclopedia Microsoft (R) Encarta (R) 1993-1997. Microsoft Corporation.

[12] "Comoquiera el ensayo se presta a la expresión de un amplio espectro de preocupaciones personales y su estilo no es ni mucho menos fijo. Ni siquiera se inscribe en los lí­mites de la prosa, como ponen de manifiesto los poemas de Alexander Pope, Ensayo sobre la crí­tica (1711) y Ensayo sobre el hombre (1733). El ensayo es un género flexible que el autor desarrolla y cultiva a su antojo. Puede ser de carácter formal, como los Ensayos o consejos civiles y morales (1527-1625) del filósofo y estadista inglés Francis Bacon; o distendido y coloquial, como Sobre el placer de la caza, del crí­tico inglés William Hazlitt. También puede ser lí­rico, como Los bosques de Maine, de Henry Thoreau. En ocasiones puede adoptar la forma epistolar, como se pone de manifiesto en las obras del escritor británico Oliver Goldsmith (Ciudadano de mundo, 1762). Entre los más atrevidos experimentadores del siglo XX destaca el escritor estadounidense Norman Mailer, creador de un estilo que combina la biografí­a, el documental, la historia, el periodismo y la ficción en obras como Ejércitos de la noche (1968), donde reflexiona sobre las protestas que levantó la Guerra de Vietnam." (Ibí­dem).

[13] "El ensayo se ha cultivado desde los tiempos de Montaigne en numerosas lenguas. La tradición francesa vive un extraordinario momento con las meditaciones de corte polí­tico y social de autores existencialistas como Albert Camus (Resistencia, rebelión y muerte, 1945) y Simone de Beauvoir (El segundo sexo, 1949). El novelista alemán Thomas Mann, galardonado con el Premio Nobel de Literatura, fue uno de los ensayistas más prolí­ficos de su paí­s, como se pone de manifiesto en su voluminosa colección titulada Ensayos de tres décadas (1947). El escritor alemán de origen búlgaro Elias Canetti consagró veinte años de su vida a la monumental investigación Masa y poder, cuyo primer volumen vio la luz en 1960. En Italia cabe mencionar a Cesare Pavese (Diálogos con Leuco; La Literatura norteamericana y otros ensayos), Italo Calvino (Punto y aparte; Colección de arena) y Leonardo Sciascia (Fiestas religiosas en Sicilia; La cuerda de los locos; Crucigrama), que realizaron importantes aportaciones al debate literario y polí­tico de la posguerra europea. El ensayo ha gozado de gran popularidad en Polonia con las obras del poeta Zbigniew Herbert y el crí­tico Jan Kott. Entre los más destacados ensayistas rusos destacan Ivan Turguéniev (Apuntes de un deportista, 1852) y Alexandr Solzhenitsin, que continuó la tradición un siglo más tarde ofreciendo un retrato realista de las injusticias sociales. Al igual que Mailer, Solzhenitsin combinó la ficción con el reportaje y sus ensayos alcanzaron proporciones gigantescas en obras como Archipiélago Gulag (1974-1978)." (Ibí­dem).

[14] "Al margen de la figura de fray Antonio de Guevara, considerado un importante precedente del ensayismo español, los autores más destacados aparecen en el siglo XVIII, impulsados por la fuerte corriente europea. Feijoo Cartas eruditas y curiosas, 1742-1760) realizó una importante labor divulgadora del pensamiento europeo que contribuyó a elevar el nivel cultural de la época. Las dos grandes figuras del ensayismo dieciochesco con Cadalso y Jovellanos. Cadalso analiza en sus Cartas marruecas (1789) las causas de la decadencia española, mientras que Jovellanos dedicó su vida y su obra a ofrecer soluciones prácticas para los problemas del momento. Algunas de sus obras más notables son Informe en el expediente de la ley agraria (1795) y Elogio de las Bellas Artes (1782)".(Ibí­dem)

[15] "Los más remotos orí­genes del género en Hispanoamérica se trasladan a la época colonial. Algunas Crónicas de Indias las podemos considerar como ensayos, sobre todo con las que se puede establecer cierta relación literaria. Tenemos a Cristóbal Colón (c. 1451-1506) con sus cartas, diarios de navegación y relaciones breves, igualmente los Naufragios y comentarios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca (1507-155-9) y la Historia verdadera de la Nueva España de Bernal Dí­az del Castillo (1496-1585), soldado de Hernán Cortés. Son especialmente importantes Los Comentarios reales del lnca Garcilaso de la Vega (1539-1616) mestizo, hijo de un capitán extremeño y de una princesa incaica y la Nueva crónica y buen gobierno del peruano Felipe Guzmán Poma de Ayala (c. 1534- ...) entre otros. Haciendo la advertencia que estas crónicas se escribieron sin propósito literario confesado. Otros ejemplos importantes de prosa colonial son los escritos barrocos del colombiano Hernando Domí­nguez Camargo, también la famosa Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (México, 1691) de Sor Juana Inés de la Cruz (1648-95), o los escritos también barrocos de Carlos de Sigí¼enza y Góngora (1645-1700). En algunos de estos textos no es difí­cil percibir ya una clara actitud americanista, que dominará después todo el siglo XIX y también la primera mitad del XX. Las luchas independentistas traen nuevas preocupaciones ideológicas y polí­ticas, las cuales por supuesto seconvierten en el tema fundamental de la literatura latinoamerericana apartir de 18l0, y el ensayo por su idiosincrasia reflexiva y concientizadora es el texto más idóneo para expresar los conflictos y las preocupaciones de este momento histórico tan convulso. Se levantan voces que hablan de la tolerancia religiosa, de los derechos individuales, de la libertad intelectual y la sociedad igualitaria y republicana..El espí­ritu de la Ilustración se muestra en todo su alcanceya que circulaban -aún cuando en forma clandestina- libros de orientación moderna: la Encyclopédie, obras de Bacon, Descartes, Copérnico, Gassendi, Boyle, Leibniz, Locke, Condillac, Buffon, Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Lavoisier, Laplace. Pertenece a este momento nuestros precursores, en primer lugar el Libertador Simón Bolí­var (1783-1830) no sólo por sus proclamas y correspondencia, sino también por su sentido de lo estético que está reflejado en algunos textos que le pertenecieron. Muy leí­das son las cartas y escritos de don Francisco deMiranda (1750-1816). Igualmente Simón Rodrí­guez, el maestro del Libertador (1771-1854) lo podemos incorporar dentro de los pioneros del género junto a Andrés Bello (1781-1865) por sus escritos sumamente reflexivos. Estos son los precursores de los escritores, pensadores y más especí­ficamente, ensayistas que buscaban la emancipación mental. Ya que con la independencia no sólo se quiso cancelar el gobierno colonial sino que estos hombres se esforzaron por expresar una nueva ideologí­a. Casi todos ellos son hombres de pensamiento y de acción, fecundos y enormemente influyentes. Le continúa un grupo de escritores que hemos deseado reunir en un solo bloque porque integran cronológica e ideológicamente el momento más significativo del desarrollo de un pensamiento americanista. Entre los primeros tenemos a Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), Juan Montalvo (1832-89), quien aparte de escribir sobre la realidad americana, escribe ensayos al estilo de Bacon con tí­tulos como "De la nobleza", "De la belleza en el género humano", "Los héroes" (Simón Bolí­var), "Los banquetes de los filósofos". Igualmente debemos destacar a Eugenio Marí­a Hostos (1839-1903) y Manuel González Prada (1844-1918). Recordemos también a Manuel Ugarte y los hermanos Garcí­a Calderón. Va surgiendo la preocupación de una expresión tí­picamente americana: elaboración de un pensamiento, que sin desligarse de los contenidos universales, reflejan un modo de ser, de reaccionar frente a las cosas, arraigo de ideas".( Cesia Ziona Hirshbein El Ensayo en Venezuela Revista Electrónica Bilingí¼e .Nº 6, Agosto 1996).

[16] En América Latina, la influencia de la ilustración y las revoluciones del siglo XVIII, propiciaron la aparición de numerosos trabajos. La Carta a los españoles americanos, del jesuita peruano exiliado Juan Pablo Viscardo, es uno de los primeros de una larga lista de autores: Francisco Miranda, Andrés Bello, Fray Servando Teresa de Mier, Manuel Palacio Fajardo y Vicente Rocafuerte, que escribieron a principios del siglo XIX. Posteriormente se pueden citar muchos ensayistas más. Los argentinos Esteban Echevarrí­a, Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento; los chilenos Francisco Bilbao, Benjamí­n Vicuña y Manuel Recabarren; el uruguayo José Enrique Rodó; el cubano José Martí­, y más recientemente, en México, Justo Sierra, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Samuel Ramos, Octavio Paz y Edmundo O'Gosman, ente otros muchos. (Ibí­dem).

[17] Martí­, J., Nuestra América. O. C. Tomo 6. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963, p. 21.

[18] Martí­, J. Henry Ward Beecher. Su vida y su obra. O.C. T. 13, Edit. Nacional de Cuba, La Habana, p. 64, pp. 39-40.

[19]Ver Vitier, M. Obra cit. pp. 17-25.

[20] "La mentalidad del ensayista suele ser concentrada. Emerson, por caso, es un espí­ritu intravertido, un meditador. Lo es también Carlyle. Gustan de espaciar sus contemplaciones en los ámbitos del yo. Son los ensayistas filosóficos." (Vitier, M. obra citada, p. 16).

[21] Vitier, M. El ensayo. Apuntaciones Literarias. Editorial Minerva, La Habana, Cuba, 1935, p. 14.

[22] "(...) hay una tendencia al abuso del término: con frecuencia se titulan ensayos trabajos de rigurosa economí­a didáctica en su vida interna. A veces es una aportación suelta, pero de pura objetividad, esto es, carente de rasgos subjetivos sobre un tema cualquiera." (Ibí­dem, p. 16).

[23] Martí­, J. Libros. Notas. O. C. T. 18. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964, p. 290. Las notas aquí­ citadas forman parte del plan del libro que Martí­ soñó realizar, titulado "El concepto de la vida". Seguramente hubiera sido un magno ensayo con acuciante elan filosófico-cultural. Lamentablemente, su muerte en el campo de batalla, luchando por la independencia de su patria no le permitió realizar su gran proyecto.

[24] Vitier, M. Obra citada, p. 22.

[25] Martí­, J. Cecilio Acosta. O. C. Tomo 8. Edit. Nacional de Cuba, La Habana, 1963, p. 153.

[26] Martí­, J. Nuestra América. O. C. Tomo 6. Edit. Nacional de Cuba, La Habana, 1963, p. 15.