19/Apr/2024
Editoriales

Diciembre 3 de 1827: muere en la ciudad de México, dentro del Palacio Nacional, el ilustre regiomontano, fray Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra

Diciembre 3 de 1827: muere en la ciudad de México, dentro del Palacio Nacional, el ilustre regiomontano, fray Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra. Hijo de Joaquí­n de Mier y Noriega, quien fuera regidor de Monterrey y gobernador de Nuevo León, y descendiente de la estirpe Guerra Buentello, conformada por los primeros españoles asentados en la región.

Estudia en la ciudad de México en el colegio de los dominicos en 1780 y después en el colegio Porta Celi, alcanzando el doctorado en filosofí­a y teologí­a. Se desenvuelve muy bien como maestro en el convento dominico, prestigiándose como estupendo orador, y en noviembre 8 de 1794 pronuncia una oración fúnebre por Hernán Cortés que impresiona a todo mundo.

Esta es su carta de presentación en las alturas de la polí­tica, y es el elegido para que el dí­a 12 de diciembre, en la colegiata de Guadalupe, pronuncie un sermón en honor de la virgen de Guadalupe. Así­ lo hace, sin embargo, causa gran escándalo por sus conceptos en los que pone en tela de duda las apariciones de la Virgen, evento que modificará su vida para siempre.

El Arzobispo ordena encarcelarlo y le abre un expediente con esa mancha en su carrera eclesiástica. Es condenado a diez años de exilio y a ser recluido en el convento de los dominicos en Santander, España, retirándole el tí­tulo de doctor. El edicto condenatorio fue leí­do en toda la Nueva España, a excepción de la diócesis de Nuevo León, porque el obispo era un viejo amigo suyo. Tras dos meses de estar recluido en San Juan de Ulúa, es embarcado rumbo a Cádiz y volverí­a a México hasta 1817, formando parte de la expedición libertaria de Francisco Xavier Mina. No sin antes haber pasado por mil incidentes entre los que no le son ajenos los encarcelamientos y sus respectivos escapes peliculescos en varios paí­ses europeos.

En el tracto, su aguda inteligencia, preparación y audacia le permiten convertirse en un estupendo escritor. Desde que desembarcan en Soto la Marina, en abril de 1817, él, Mina y todos los miembros de ese equipo sufren duros golpes militares y Mier es preso defendiendo el fuerte de Soto la Marina, ese mismo año de 1817. Ingresa de nuevo a las cárceles mexicanas y su estancia en prisión le permite escribir la Apologí­a y Relación de lo ocurrido en Europa hasta octubre de 1805, obra a la que luego le llamarí­an Memorias.

Y posteriormente escribe Manifiesto Apologético, escrito que revisa en San Juan de Ulúa, y dedica su talento a redactar algunas representaciones en su defensa; Carta de despedida a los mexicanos, Cuestión polí­tica: ¿Puede ser libre la Nueva España?; Y la obra Idea de la Constitución. Se fuga otra vez del barco que le conduce a España cuando atraca en Cuba, y se traslada a Filadelfia. Allí­ publica Memoria polí­tico instructiva, rechazando el Tratado de Córdoba suscrito por Iturbide declarándose republicano. En 1922 regresa a México y es elegido diputado por Nuevo León al Congreso Constituyente, aunque regresa a la cárcel de San Juan de Ulúa de febrero a mayo, al proclamarse Iturbide como monarca de México es liberado, pero al reasumir su papel de diputado se enfrenta con el mismo Iturbide al que llama dictador, así­ que es perseguido de nueva cuenta.

Los grandes cambios que la historia registra en el siglo XIX registran la participación directa y proactiva de Fray Servando, aunque sus ideas polí­ticas de organización de la naciente nación difieren de las de otros ideólogos coetáneos, como su amigo Ramos Arizpe. Cuando se consolida la república, el primer presidente, Guadalupe Victoria, le invita y fray Servando accede a vivir sus últimos años en el Palacio Nacional, muriendo el 3 de diciembre de 1827.

Es difí­cil que algún nuevoleonés llegue a trascender tanto en la historia y la polí­tica, lo realizado por fray Servando Teresa de Mier, es muy importante para la patria, pues estuvo en los momentos crí­ticos de la independencia, la monarquí­a y en la primera parte de la República, cuando se determina el rumbo, incluso su participación en la determinación de la ciudad de México como capital del paí­s, fue categórica. En la ciudad de México, una de sus principales avenidas lleva su nombre, en varias ciudades de la República sucede igual, y aquí­ en Monterrey, la icónica calle del Padre Mier, antes llamada "Calle de la plaza de la carne" y "Calle del mercado", desde 1828 se denominó Calle del Doctor Mier, hasta 1906, cuando el Ayuntamiento de la ciudad le llamó Calle Padre Mier.