08/May/2024
Editoriales

La Invasión Norteamericana. 6ª parte; de 1837 a 1845. La calma previa a la tormenta

En textos anteriores estudiamos la Guerra de Texas, que inició como una rebelión de colonos texanos sajones y que prendió entre los mexicanos. También estudiamos la terrible Batalla de San Jacinto del 21 de abril de 1836 cuyo saldo fue de 630 mexicanos muertos, un par de cientos heridos y 730 prisioneros. Además Santa Anna fue capturado y así el 14 de mayo firmó el Tratado de Velasco, comprometiéndose a retirar sus tropas al sur del Río Bravo, y no volver a ‘invadir’ Texas.  

 

El Congreso Mexicano negó validez al Tratado de Velasco, pero el país cayó en la inacción militar mientras Santa Anna seguía preso en manos de un titubeante Samuel Houston que, nervioso, temía un rescate a sangre y fuego de los mexicanos. Por eso iba a fusilarlo pero le llegó una carta del presidente norteamericano Andrew Jackson recomendándole que no lo hiciera, y mejor envió su prisionero a Washington.

 

Comentamos la negociación entre Jackson y Santa Anna, y sus diversas versiones, que terminó en la liberación y envío de Santa Anna a Veracruz. El éxito económico de la República de Texas mientras el águila mexicana no se daba abasto combatiendo las numerosas serpientes que de pronto aparecieron, impidiéndole devorar a la más grande de todas: la ambición por el poder.

          

Ahora estudiaremos el extenso periodo de 1837 a 1845 que se podría resumir en un solo párrafo, pues la Guerra de Texas se mantuvo en una calma chicha. En ese tiempo rigieron dos constituciones centralistas: la de 1836 conocida como las Siete Leyes y la de 1843 conocida como las Bases Orgánicas. Además, no se publicó -ya redactada-, una Constitución Federal en 1842. 

 

En esos casi ocho años hubo seis presidentes de la República y once cambios en el poder: José Justo Corro 1836-1837; Anastasio Bustamante 1837-1839 y 1839-1841; Antonio López de Santa Anna 1839, 1841-1842, 1843 y 1844; Nicolás Bravo 1842-1843; el regiomontano Valentín Canalizo 1843-1844 y 1844; y José Joaquín de Herrera 1844 y 1844-1845. 

 

El Centralismo se caracterizó por desaparecer los poderes legislativos de los estados sustituyéndolos por Juntas Departamentales, que eran meros órganos de control sobre los recursos de los Ayuntamientos y los Departamentos -antes Estados-. Desde 1838 hasta 1845 la mitad de los recursos de Nuevo León y los demás Departamentos norteños fueron destinados a la ‘inminente’ reconquista de Texas que nunca llegó. 

 

Los excesivos cobros fiscales impactaban la economía nuevoleonesa

Los nuevoleoneses sostenían de su peculio la guerra contra los indios, más la defensa contra las incursiones de filibusteros texanos que entraban a los ranchos del norte a robar ganado, sobre todo caballos, que serían usados en la Guerra de Invasión. Y adicionalmente debían pagar para mantener esa hipotética Guerra de Texas, generándose molestias porque no se veían acciones ni programas bélicos. 

 

La presencia de filibusteros americanos en Nuevo León motivó esta circular del gobernador del Departamento José María Ortega, advirtiendo al Cabildo de Monterrey del robo de caballos para llevarlos a Texas: 
 

“Varios vecinos de los pueblos fronterizos han entablado un tráfico escandaloso con los texanos, robándose las caballadas de los vecinos honrados y pacíficos y llevándolas a Texas en donde las venden o permutan por efectos de ropa, tabaco y otros que traen y venden también en este Departamento con notoria infracción de las leyes que prohiben con penas muy severas todo comercio con aquellos ingratos enemigos de Méjico [sic]. Firma: Jesús Garza González. Nota: Y los transcribo a V.S. para su conocimiento. Monterrey, septiembre 23 de 1840. Justo de Cárdenas y Francisco González Prieto, Srio. 


Reacciona el presidente Justo Corro ante las supuestas órdenes de Santa Anna

Al saberse que Santa Anna había ordenado a sus tropas que se retiraran de la frontera de Texas y al presidente José Justo Corro que no entregara el mando del ejército a nadie mientras él estuviera preso. Corro reaccionó porque estaba quedando como un pelele de Santa Anna, y el 31 de mayo de 1837, a sabiendas de que no lo apoyaban los militares santannistas, ordenó retomar la lucha en Texas, colocando en el mando a José Urrea, el único militar dispuesto a continuar. Y así lo notificó al comandante militar de Coahuila y Texas, José Juan Andrade -un ex insurgente contrario a Santa Anna-:    

 

“El general Vicente Filisola ha dispuesto la retirada del Ejército y el abandono de Texas, me manda decir usted que desaprueba enteramente esa conducta, y que no debe -el Ejército- obedecer otras órdenes que las que fueron comunicadas por mi conducto o por el señor general en jefe don José Urrea, pudiendo y debiendo sostener esta plaza a todo trance para la nación mexicana” 

 

Nombra Justo Corro a Urrea en lugar de Santa Anna

Esto fue un golpe duro contra Santa Anna, pues era destituido de la Jefatura del Ejército colocando a José Urrea en su lugar; y su vida – la de Santa Anna- la devaluaban a un segundo lugar, siendo que él daba por hecho que la apreciaban más que el territorio texano. 

 

Justo Corro buscaba cómo consolidarse, y por ello coqueteó el 5 de abril de 1837 con los esclavos texanos otorgándoles la libertad, esperando que así se sumaran a la causa mexicana: 

 

Queda abolida la esclavitud en la República, sin excepción alguna.

 

“Art. 1. Queda abolida, sin excepción alguna, la esclavitud en toda la República. 

Art. 2. Los dueños de esclavos manumitidos por la presente ley ó por el decreto de 15 de Setiembre de 1829, serán indemnizados del interés de ellos, estimándose éste por la calificacion que se haga de sus cualidades personales; á cuyo efecto se nombrará un perito por el comisario general, ó quien haga sus veces, y otro por el dueño; y en caso de discordia un tercero, que nombrará el alcalde constitucional respectivo, sin que pueda interponerse recurso alguno de esta determinacion. La indemnizacion de que habla este artículo, no tendrá lugar respecto de los colonos de Tejas que hayan tomado parte en la revolucion de aquel Departamento. 

Art. 3. Los mismos dueños, á quienes entregarán gratis las diligencias ordinales, practicadas sobre la calificacion de que trata el artículo anterior, las presentarán al supremo gobierno, quien dispondrá que por la Tesorería general se les expidan los correspondientes vales por el valor del interés respectivo. 

Art. 4. La satisfaccion de los expresados vales se verificará del modo que el gobierno parezca más equitativo, conciliando los derechos de los particulares con el estado actual de la Hacienda Pública. 

 

Esta ley trataba a Texas como si fuera parte del territorio nacional, pues México no había reconocido su independencia, y a los colonos rebeldes se les negaba la indemnización por sus esclavos. 

 

Urrea, por su parte, exigía recursos para sostener a su tropa, y municiones que monopolizaban Filisola y otros santannistas. Sin poder responder como debería y, ante la impotencia para servir a la patria, José Justo Corro renunció a la presidencia entregando el poder al electo, según la nueva Constitución: Anastasio Bustamante, quien teóricamente debería gobernar por los siguientes ocho años. 

 

¿Qué estaba sucediendo en Estados Unidos?

Mientras, en el Senado norteamericano, el representante Clash de Connecticut decía: “el gobierno de Estados Unidos no ha tomado parte en la contienda que ha existido desgraciadamente entre Texas y México… Si algunos individuos de Estados Unidos, movidos de simpatías por los que querían luchar en favor de la libertad contra la tiranía y represión se han mezclado en la contienda, ha sido sin autoridad de su gobierno”, esto fue el 18 de julio, justo el mismo día que Estados Unidos reconocía la independencia de Texas, y sutilmente amenazaba a México si ejerciera violencia contra Texas. 

 

La protesta mexicana fue débil

El temor estadounidense de que el gobierno mexicano protestara con energía se desvaneció, pues se pasó el tiempo discutiendo las nuevas leyes secundarias del centralismo sin decidir nada de una nueva campaña sobre Texas. Tornel, aún ministro de Guerra se presentó a las cámaras a decir que no tenía que informar, “pues nada sabía de oficio”, es decir, que no tenía información oficial. 
 

Las renuncias de Urrea y Bravo, fueron un alivio para los texanos

Al ver esta abulia mexicana, un desesperado Urrea dejó el cargo de comandante de Operaciones del Ejército Mexicano, licenció a sus hombres y con un selecto grupo se convirtió en guerrillero federalista. Anastasio Bustamante designó en su lugar a Nicolás Bravo, uno de los últimos héroes vivos de la independencia, amado y respetado por el pueblo. 

 

Bravo inició con entusiasmo, parecía preparar un ejército y pedía recursos, pero para diciembre de 1837 inexplicablemente presentó su renuncia y el mando del Ejército de Operaciones cayó en las inactivas manos de Pedro de Ampudia. 

 

Así bajó la tensión de los texanos que temían una ‘ansiada’ del Ejército Mexicano, pues en los siguientes dos años hubo una veintena de guerra civiles, y pronunciamientos a granel contra: el centralista Bustamante, en apoyo al federalismo, las dictaduras y hasta en favor de la monarquía. 

 

La Guerra de los Pasteles revive a López de Santa Anna

En diciembre de 1838 sobrevino la primera invasión francesa, conocida como Guerra de los Pasteles. Se desarrolló básicamente en Veracruz, y Santa Anna aún siendo repudiado por su derrota en Texas, fue designado para combatir a los franceses. Bustamante lo nombró porque Bravo no quiso arriesgarse a una posible derrota y Santa Anna ya estaba en Veracruz y dispuesto a pelear. 

 

La realidad es que también fue derrotado, pero Santa Anna, al perder una pierna en batalla armó toda una actuación teatral, volviéndose a instalar como “el Salvador de la Patria”. Los invasores franceses se retiraron con las alforjas llenas, y gracias a las negociaciones de Guadalupe Victoria, no porque Santa Anna los hubiera derrotado. 

 

Envía Texas un representante para negociar 

el reconocimiento de su independencia

 

El 8 de mayo de 1840 llegó a Veracruz un tal coronel Bee -ministro plenipotenciario de Texas ante el gobierno de México- exigiendo una entrevista con el presidente Santa Anna. La opinión pública y la clase política se negaba a que se le recibiera, pues venía a negociar el reconocimiento de Texas como nación independiente. Sin embargo, Santa Anna lo recibió en secreto y luego Bee se marchó tal como llegó.  
 

La República del Río Grande

Ante tales señales de inconsistencias, a los movimientos federalistas se sumaron los que exigían una acción inmediata sobre Texas, comenzando una agitación separatista. Como la del noreste que Antonio Canales y Antonio Zapata se alzaron para independizar Nuevo León, Coahuila, Texas y Tamaulipas, y formar un nuevo país llamado la República del Río Grande, cuya declaratoria formal fue en enero de 1840.  

 

El proyecto era bien visto por el gobernador de Nuevo León, Manuel María de Llano y federalistas de las tres entidades, así como de los texanos que no aceptaban ser estadounidenses. Esta revuelta había iniciado desde finales de 1839, y Santa Anna envió a Mariano Arista a contenerla. No había la intención de recuperar a Texas, pero sí de aplastar a los separatistas, que fueron vencidos en noviembre de 1840. Luego de vencer a los riograndeses, Arista quedó como jefe del Ejército del Norte y se entregó a una vida de sibarita en nuestra Ciudad.

 

Con el régimen centralista, Nuevo León, como los demás Departamentos que integraban el país, perdieron soberanía para elegir a sus gobernantes. Para el periodo 1839-1843, en un complicado proceso electoral donde votaban primero los ciudadanos, luego electores de segundo grado, después la Junta Departamental que proponía tres candidatos al Presidente de la República, quien finalmente elegía al gobernador. Con este enredado proceso Bustamante eligió a Jesús Dávila y Prieto, un centralista bueno y patriota. 

 
Dávila y Prieto gobernó del 23 de septiembre de 1839 hasta el 30 de agosto de 1841, cuando el comandante militar en San Luis Potosí, Sonora y Sinaloa, Mariano Paredes y Arrillaga -ex realista y luego insurgente-, derrocó a Bustamante. 

 

Esto rebotó en Nuevo León. A la renuncia de Dávila y Prieto, la Junta Departamental nombró gobernador a su miembro más antiguo, Mateo R. Quiroz, del 30 de agosto de 1841 al 20 de septiembre de 1841, cuando el Cabildo de Monterrey -con cuestionadas facultades para ello- nombró gobernador a Manuel María de Llano. Pero el comandante general de Departamentos de Oriente, Mariano Arista, destituyó a De Llano al día siguiente e impuso de gobernador al centralista y santannista José María Ortega -capitalino quien fuera jefe de artillería en El Álamo- que duraría desde el 22 de septiembre de 1841 al 17 de noviembre de 1844. 

 

José María Ortega gobernó Nuevo León con mano de hierro, entregando gran parte de los ingresos públicos al Gobierno Central, sin importarle la impopularidad de tal medida, pues representaba el poder de López de Santa Anna en nuestra tierra. 
 

La República de Yucatán

También en este lapso se escindió el Departamento de Yucatán -en 1840- que entonces abarcaba Yucatán, Campeche y Quintana Roo; problema que se alargó más tiempo convirtiéndose en una guerra feroz. 

 

Entre 1841 y 1845 México se volvió a hundir en la guerra civil propiciada por el sistema centralista de gobierno y pese a que ya no fue Texas la entidad que vulneró la soberanía nacional sino Estados Unidos, no se reaccionó como se esperaba. Esto porque Santa Anna en 1842 soltó los hilos de la administración de la República para abocarse a permanecer en el poder.  

 

Estados Unidos aprovechó este circunstancia pues sus corsarios hostilizaban a las embarcaciones de bandera mexicana, y Santa Anna nunca enviaba apoyos a las escasas fuerzas mexicanas de la Marina de Guerra y del Ejército que los solicitaban. En forma ilegal y abusiva los estadounidenses ocuparon temporalmente las ciudades mexicanas de Monterey y San Diego, en California, y tomaron definitivamente el descuidado Nuevo Albión y el Fuerte de Nutka, es decir, los actuales estados norteamericanos de Oregón, Washington y la canadiense Vancouver.  
 

Este criminal bloqueo naval a los puertos mexicanos impedía comerciar con otros países y evidenciaba a la nuestra como una nación débil que no podía cumplir sus tratados de comercio, por lo que los buques británicos, franceses y sudamericanos no se reabastecían en Veracruz, pues debían utilizar los puertos españoles en Cuba. 

 

En el colmo de cinismo: aún cobraban aportaciones para la Guerra de Texas

Claro que los abusos fiscales en contra de los nuevoleoneses eran más que evidentes. El gobernador José María Ortega seguía exigiendo en 1843 las aportaciones para el sustento de la ‘Guerra de Texas’: 

 

“El Sr. Gobernador me ordena con esta fecha que reclame a Vosotros el donativo para la campaña de Texas que va pueblo lejos el cual contra de siete pesos un real los que inmediatamente pondrá a disposición del Presidente de la junta de donativo para esa campaña sin dar lugar que esta Prefectura dicte providencia que sera sensible”. 

  

Texas finalmente, fue anexada por Estados Unidos

A inicios del año 1845 la Cámara y el Senado de Estados Unidos sancionaron el Tratado de Anexión de Texas. Lo aprobaron el primero de marzo y el presidente John Tyler, lo materializó a finales de ese año, tras una década de intrigas, engaños y finalmente la guerra, para poder quedarse con esa parte del estado de Coahuila y Tejas. 

 

Ante el atraco consumado, México declaró interrumpidas las relaciones y acusó a Estados Unidos de “despojar a una nación amiga de una porción considerable de su territorio", pero no hubo declaratoria de guerra.

  

Mientras eso sucedía, no muy sigilosamente tres grupos del ejército norteamericano se acercaban al territorio nacional, y tampoco se hizo ni siquiera se planeó nada. Con todos estos antecedentes la gran tragedia nacional estaba a punto de suceder.

Continuará…

 
 

FUENTES 

Vicente Riva palacio y otros, México a través de los Siglos, Editorial Cumbre, 1983, todos VII y VIII. 

Carlos María de Bustamante, El nuevo Bernal Díaz del Castillo, Fondo de Cultura Económica, 1994. 

Lucas Alamán, Historia de México, Editorial Jus, 1990, tomo V.

Leopoldo Espinosa Benavides, Un Imperio Venido a Menos, editorial Porrúa, 2014

José María Iglesias y otros, Apuntes para la Historia de la Guerra entre México y los Estados Unidos, Conaculta, 2005. 

 

Leopoldo Espinosa Benavides, El Separatismo Mexicano, Editorial Porrúa, 2016