19/Apr/2024
Editoriales

La vida en Roma

“Yo no trabajo como los demás cocineros, que te prestan en los platos una pradera guisada, que toman los comensales por ganado bovino y no les ofrecen sino hierbas… y luego, eso, como condimento de las hierbas, otro tanto de lo mismo: le ponen cilantro, hinojo, perejil, le añaden acedera, col, acelgas, bledo; disuelven una libra entera de asafétida, lo mezclan todo con su infernal mostaza machacada, que, mientras se machaca, le hace llorar a uno. ¡Que se guarden en su cocina! Cuando preparan una cena, esos individuos no la sazonan con condimentos, sino con harpías, capaces de desgarrar vivos los intestinos de los comensales.

Por eso vive aquí la gente tan poco tiempo, por llenarse el estómago con tal clase de hierbas que da horror nombrarlas, cuanto más comerlas. Unas plantas que no las tocan las bestias, van los hombres y se las comen ellos”. 

Plauto, (Pséudolo 810-824)