Editoriales

Adam Smith y la riqueza de las naciones

Nacido en Kirkcaldy, Escocia en 1723, Adam Smith estudió filosofía moral en la Universidad de Gasglow, y después fue a Oxford. A los 25 años de edad ya daba conferencias públicas en Edimburgo, y en 1751 era catedrático de Lógica, y después de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow. Después se dedicó a viajar por Europa a partir de 1763, y al regresar a Escocia le dedicó una década a escribir “La Riqueza de las Naciones”. Desde luego que no fue el primer economista político, pero sí el que identificó a la economía como un campo de estudio en sí mismo, separado de la política, el derecho, la ética y la filosofía. 

Su libro “La Riqueza de las Naciones” (este nombre es abreviado de: Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones) fue el primero de economía que llamó la atención del público y es considerado además como una gran obra de la literatura. Se trata de dos volúmenes con 380 mil palabras. Analiza los más importantes detalles de las producciones de trigo, cerveza, y cebada en Inglaterra durante el siglo XIII; las rentas recibidas por los señores y los reyes de la tierra agrícola, la caída del precio de la plata después de la conquista española de América del sur, y cómo un gobierno puede gravar impuestos justos para la sal, el jabón, el cuero y las velas. Smith escribió para lectores neófitos en el tema, pero 200 años después sigue dando lecciones de economía básica, ofreciendo una receta simple para la prosperidad nacional, misma que nadie ha mejorado, basada en un gobierno pequeño y en la libertad de los ciudadanos para actuar en beneficio propio.

Postula que no importa que las sociedades actúen por su propio interés pues el efecto general es bueno. En un mercado libre, quienes actúen en beneficio propio acaban por elevar el conjunto. La riqueza de un país depende de: la organización de su fuerza de trabajo, la habilidad, destreza y juicio que aplique en el trabajo. La riqueza de los países también depende de la proporción de población que tenga ocupada en trabajos útiles. Su ejemplo de la fabricación de alfileres es ahora clásico. En un taller en el que las etapas de la elaboración de alfileres están divididas (un hombre saca el alambre, otro lo endereza, otro lo corta, y así sucesivamente) tendrá una productividad mucho mayor que si esas mismas personas hacen todas las tareas independientes unas de otras.

Lo que revolucionó el concepto y la economía es su definición de lo que determina los precios. El precio real de cada cosa, lo que cada cosa cuesta realmente al hombre que quiere adquirirla, es el esfuerzo y las dificultades que conlleva adquirirla. Así, cuando hay una sobre oferta de algún producto su precio baja y exactamente al revés funciona cuando escasea. Para enriquecer a los países ofrece una receta muy simple: los ciudadanos deben ser buenos ahorradores, los derrochadores son enemigos públicos y los austeros benefactores públicos. Estos ahorros se invierten en fines productivos, aumentando la cantidad de empleos útiles. Si una persona gasta su dinero en lujos en vez de construir capital, tendrá problemas serios. Así un gobierno que gasta el dinero público en palacios, en el lujo y en guerras innecesarias se meterá en problemas económicos. El saqueo que España hizo del oro en nuestras tierras produjo una prosperidad artificial, pues ahora, ya pasado el efecto de la inyección de recursos obtenidos en esa vorágine ahora tiene problemas económicos. El papel de los gobiernos es de vital importancia cuando se trata de crear riqueza y prosperidad, pues las leyes y políticas oficiales determinan muchos elementos para ello. Desde luego que ya apareció otro libro más moderno y menos bromoso: “La riqueza y la pobreza de las naciones” de David Landes, el cual es más recomendable para estos tiempos. Sin embargo, el mérito mayor es el de Adam Smith que abrió los ojos del mundo a la importancia de la economía.