Uno de los peores sueños que podamos tener es imaginarnos muertos. Sin embargo, cuando al despertar vemos que no fue cierto, sentimos gran alivio, damos gracias a Dios y comenzamos felices el día, disfrutando de la vida con optimismo; encontrándole placer a todo, hasta a aquel dolorcillo del hombro, secuela de la práctica añeja de algún deporte.
Pero conforme avanza la agenda diaria comienza a diluirse esa sensación de felicidad ante la llegada del torbellino de “problemas importantes” y terminamos olvidando la alegría de estar vivos.
Lo grave es que, en condiciones normales del día a día, perdemos esa consciencia, dando por hecho que tenemos vida y nos preocupan cosas que, comparadas con este milagro, son nimiedades.
Decía Leonardo Da Vinci que quien no aprecia la vida no la merece, y tenía razón, porque debemos disfrutarla viviendo alegres, que eso es lo que importa, no tanto su extensión.
Imaginemos la reacción de alguien que hubiera muerto y de pronto, milagrosamente, volviera a vivir; seguramente sería muy feliz.
A propósito de lo dicho ¿Ya se dio cuenta que este es el mejor día del año dos mil veinte?