20/Apr/2024
Editoriales

Vivir en tiempos del Covid-19

Puede ser verdad, o sensación creada por el nerviosismo que provoca la Pandemia, pero entre los fenómenos sociales vividos en estos meses del año, hay una sensación de mortandad entre gente madura. Apenas el censo nos sacará de dudas, pues el estrés acumulado, el temor a los contagios y la incertidumbre económica volvieron neurasténicos a muchos de los privilegiados que estamos recluidos en casa.

El hombre es el príncipe de la Creación, y está en medio de la tabulación de longevidad entre las especies. La Tortuga vive hasta 180 años; las almejas viven varios cientos de años; el Erizo color rojo, 150; el Águila Real, 80. Y la mayoría de los animales viven menos, como el Mono, la Jirafa, y el Cerdo, 25; el Pato, diez; y la Rana, 3 años. 

Los insectos son de vida corta, aunque entre ellos hay diferencias; las Termitas reinas viven 50 años, mientras las comunes, sólo tres. Lo mismo entre hormigas, la reina vive 20 años y sus súbditos sólo dos. La mosca, vive tres semanas; y la libélula del Zambeze sólo una tarde. Hay excepciones como la esponja Scolymastra Joubini encontrada en la Antártida, cuya edad calculada por científicos alemanes es de 10 mil años.

Hay ejemplos documentados de longevidad como el del inglés Thomas Parr, nacido en 1483 y muerto el 14 de noviembre de 1635, a los 152 años de edad. Casó a los 80 años de vida procreando dos hijos que murieron a causa de enfermedades gastrointestinales. Estaba convencido que su longevidad era debida a su dieta de queso descremado, leche, pan duro, suero de leche agria… y licor. A los cien años tuvo otro hijo. A los 122 -en segundas nupcias- fue retratado por Rubens y por Van Dyck.

En 1635 lo llevaron ante el rey Carlos I, que buscaba el secreto de la eterna juventud. Y como Parr afirmó que no había tenido relaciones sexuales hasta los 80 años, al rey dejó de interesarle el tema. Pero en la Corte le cambiaron su régimen alimentario, y pronto murió. El doctor William Harvey –descubridor de la circulación de la sangre- hizo su autopsia, concluyendo que falleció “de muerte natural”. Parr es un nombre que transita entre el mito e historia y se aplica ahora a las cosas viejas.

La esperanza de vida descendió en 1800 hasta los 40 años. Los avances científicos desde 1796 con la vacuna de la viruela, la penicilina de 1928 y las redes de drenaje sanitario, la han elevado. Personas mayores a 60 años, hay mil 200 millones, y el 21% supera los 90. Existe un Centenario por cada 10 mil personas en los países desarrollados

Pero semejante avance se convirtió en problema. Los programas de seguridad social nacieron de los fondos que aportan los trabajadores durante su vida productiva y ahora se descapitalizaron por derechohabientes que viven más tiempo cobrando pensión que el trabajado. En 1950 el 10% de la población rebasaba los 60 años, y ahora es el 17%. Además, en Japón y Singapur, se jubilan a los 73 años; en Botswana y Alemania, a los 70; mientras en México a los 65, y en Cuba a los 60.

Los humanos comunes mueren antes de los 80 años, viviendo sus últimos 19 tomando medicamentos. No es la edad lo que mata, sino las enfermedades. La expectativa de vida en China -ubicada entre el lugar 121 y 125 mundial- en dos décadas creció de 68 hasta 73 años, alcanzando el lugar 105, y la tendencia es que dentro de un lustro llegará a los 78 años, cercana a la de Unión Europea, y arriba de Estados Unidos. Mientras Salvador, Guatemala, y Eslovenia descienden en sus expectativas de vida. 

La alimentación es básica. Antes, en las grandes ciudades había epidemias por descomposición de alimentos. Hoy se pueden conservar y son básicos para la esperanza de vida: Asia con el 60% de la población, consume el 47% de los alimentos del mundo y su expectativa de vida es de 67 años. África, con 14% de la población, consume el 10% de los alimentos, con expectativa de vida de 49 años, mientras América, con casi la misma población, consume el 24% de los alimentos con 74 años de expectativa. Europa con el 11% de la población consume 18% de los alimentos, con expectativa de 78 años. Y Oceanía con 0.5% consume 1% de los alimentos producidos, con 74 años de expectativa de vida. 

En Oceanía se come más que en Europa y América; en Asia y África se come menos que en los demás continentes, y Europa sigue teniendo más esperanzas de vida que los demás, seguido de América y Oceanía. Por tanto, comer más no es requisito para vivir más, incluso el exceso y la mala calidad hacen más daño que su escasez. En China hay ciertas fuentes de proteínas, a las que se atribuye -sin comprobarse aún- el origen del virus Covid-19.

Las principales causas de muerte ahora son ahora el cáncer y la hipertensión, pues la violencia es otra historia. Hoy tenemos obsesión de encontrar dietas que permitan una vida larga y saludable. Hay amplias esperanzas en los avances de la biogenética, pero mientras no mejoremos nuestros hábitos de ingesta y disminuyamos el estrés, difícilmente tendremos éxito.    

Medicina, alimentos sanos, y vida tranquila son indispensables, pero… ¿en tiempos del Covid-19 se puede acceder a esos lujos?

 

 

 

Fuentes: FAO; National Geographic; OMS; Fondo de Población de las Naciones Unidas.