02/May/2024
Editoriales

No se puede abarcar todo el conocimiento

Thomas Jefferson (1743-1826) fue el principal redactor de la Declaración de Independencia y luego el tercer presidente de Estados Unidos. Estas dos acciones suyas son suficientes para colegir que Jefferson era dueño de un talento especial y, entre otras muchas actividades interesantes, realizó una importante labor científica clasificando fósiles -cuando los estudios de esas osamentas a nadie interesaban-, y experimentando nuevas variedades de granos para las siembras.

Sin embargo, cuando unos científicos de Connecticut declararon que habían presenciado la caída de meteoritos, Jefferson -incrédulo-, dijo que era más sencillo aceptar que “dos profesores yanquis mienten, puesto que no caen piedras del firmamento”. Y no estaba solo en su incredulidad; el naturalista francés George Cuvier (1769-1832), les dijo también en son de burla a unos campesinos que aseguraban que en sus parcelas caían enormes piedras del cielo: “del cielo no pueden caer piedras porque en el cielo no hay piedras”. Pero la Naturaleza se empeñó en demostrar que estaban equivocados Jefferson y Civier, pues en 1803 cayeron en una población de Francia dos mil piedras del cielo. A pesar de esta contundente evidencia, siete décadas después del fenómeno acaecido en Francia, la mismísima Academia de Ciencias de Francia -en 1878-, prohibió que se tratara en su seno un asunto ‘tan ridículo’ porque en el cielo no hay piedras. A partir del siglo XX la ciencia profundizó en el estudio de los meteoritos, derivando en diversas teorías yal grado de que se sigue discutiendo el papel que jugaron al principio de la vida en la tierra.