Editoriales

Charles Lindbergh

El 21 de mayo de 1927 Charles Lindbergh cruzó el atlántico en solitario y sin escalas, saliendo de Nueva York, aterrizó en París. En 36 horas de vuelo recorrió seis mil kilómetros de las ocho de la mañana del día anterior, en un aeroplano fabricado a su medida, bautizado como “Spirit of Saint Louis”, con armadura de madera, revestido de tela, algo que en serio era para locos.

Un solo motor pues Lindbergh pensaba que dos eran mucho peso, y otros argumentos que suenan a corazonada o locura, pero lo cierto es que llegó a un aeropuerto al noreste de París, no sin antes garabatear la Torre de Eiffel y aquella tarde del 21 de mayo, miles de parisinos salieron a ver el cielo pues no podían creer que lo había logrado. Charles Lindbergh es el primer gran héroe del siglo XX, al abrir el cielo a las líneas aéreas mundiales y acercar a los cinco continentes. Ah, y de pilón, ganó 25 mil dólares de premio.

Pero este amigo no sólo es un gran piloto famoso, sino un padre angustiado, porque la fama le acarreó graves problemas, entre ellos el secuestro y asesinato de su pequeño hijo de dos años. Abrumado por esa pérdida, Lindbergh encauzó su energía en forma constructiva, desarrollando un mecanismo crucial en el trasplante de órganos humanos, se metió de cabeza en el rescate de especies de animales en peligro de extinción y comenzó una férrea defensa del medio ambiente. Murió en Hawái en 1974 un hombre al que se le debe más de lo que se le ha pagado.