El cambio de la embajada norteamericana a Jerusalén trae otra vez nubarrones negros que amenazan otra tormenta sobre el cielo de la Ciudad Sagrada. Esto no es novedad, casi todos los días en la historia Jerusalén ha sido noticia, y eso que los medios electrónicos son demasiado recientes; se le representa como el centro de los sucesos importantes. El mosaico de Madaba, del siglo VI dC, habla de la Ciudad Santa de Jerusalén. En 1471 Israel la tenía como su centro simbólico, y en 1581 un mapa medieval la muestra como el centro de los tres continentes: Europa, África y Asia. En su larga historia la ciudad ha sido atacada y sitiada en un ciento de veces, y destruida totalmente como mínimo en dos ocasiones. Es increíble que no haya desaparecido como Troya o Tenochtitlan, o tantas otras en África. Pero no, siempre ha sido el lugar más disputado y venerado del planeta. Veamos por qué:
Para los judíos, Jerusalén ascendió al nivel de santidad hace 3 mil años, cuando David, el rey de Judá, la hizo capital del reino. Su hijo Salomón trajo el Arca de la Alianza, con las tablas de los Diez Mandamientos, que emitía una forma de sagrada radiación que impregnaba a toda la ciudad. En 586 adC, Jerusalén fue invadida por babilonios, que la destruyeron, se llevaron el Arca y expulsaron a los judíos sobrevivientes. Pero eso sólo consiguió aumentar el misticismo por la ciudad; el acto de “recordar a Jerusalén” se convirtió en una forma de mantener la fe.
Para los cristianos es muy natural que la consideren sagrada porque fue en Jerusalén donde Jesús pasó su última semana. La semana santa, que es el mayor evento de la cristiandad “La historia santa” sucedió en Jerusalén: la última cena, el juicio y la crucifixión, son hechos que se recuerdan paso por paso una y otra vez por siglos. El Gólgota, por ejemplo, donde se colocó la cruz de Cristo, y la tumba donde se depositó están en el mismo edificio: la Iglesia del Santo Sepulcro. Las peregrinaciones originales del cristianismo iban a Jerusalén.
Para los musulmanes, Jerusalén es ciudad santa por sus vínculos con el Corán. Mahoma fue visitado por el arcángel Gabriel, y el profeta montó en un caballo alado que lo llevó a la mezquita más lejana, allí se encontró con los otros profetas y fue transportado a la presencia de Alá. Es claro que el Templo de Salomón en Jerusalén es el foro mencionado. El Monte del Templo es el sitio donde Dios exigió a Abraham el sacrificio de su hijo. Es interesante ver que Jerusalén no se menciona con su nombre en El Corán, pero la ciudad siempre fue sagrada. En sus orígenes, el Islam obligaba a los creyentes que oraran orientados a Jerusalén, no a la Meca.
El judaísmo, el cristianismo y el islamismo tienen en común a Abraham, de allí parten sus tradiciones. Para judíos, Abraham es el fundador de la fe. Las promesas de Dios son las promesas para los judíos porque es el ancestro de todos. Su hijo Isaac, padre de Jacob, se convirtió en padre de José y sus once hermanos, y sus doce bisnietos fueron los progenitores de las famosas doce tribus de Israel.
Ibrahím (Abraham) es también el ancestro de los árabes. La historia de Sara y la esclava Hagar es conocida, pues Abraham procreó con Hagar a Ismael, y Sara le pidió que los llevara lejos, al desierto, pero ellos sobrevivieron llegando a La Meca, y Abraham se reunió con ella y con su hijo Ismael, construyendo la Kaaba, el templo más grande del islamismo. La diferencia entrambas versiones es que los musulmanes piensan que fue Ismael, no Isaac el que estuvo cerca de ser sacrificado por su padre. El vínculo cristiano con Abraham no es genealógico, como sucede con judíos y musulmanes, es más bien espiritual.
Lo cierto es que Jerusalén es una ciudad santa para las tres religiones monoteístas más grandes de la humanidad, y por ello hay tres barrios muy claramente divididos: el judío, el musulmán y el cristiano. Abraham es la figura religiosa e histórica que los une, sin embargo, hoy día la organización Hamás ya anunció una tercera intifada por el cambio de la embajada, que ya comentamos hace unos días, lo que de concretarse sería una guerra que fácilmente se propagaría por todo el mundo, pues en todas partes hay judíos, islamitas y cristianos.