27/Apr/2024
Editoriales

Duele más el hambre

Hace un par de décadas iba yo transitando por el Centro, y en un cruce de calles detuve la marcha de mi auto en el semáforo que estaba en luz roja.

El sol se dejaba caer como suele hacerlo en Monterrey, con casi 40 grados de temperatura.

Mi compadre Juventino decía que en verano el pavimento hace bailar a los gallos; si los dejas en una calle es como si estuvieran en comal caliente, no aguantan estar parados y cada segundo cambian de pata.  

Viendo rumbo al semáforo advertí que con trabajos caminaba hacia mí un pobre hombre de unos 50 años -como de mi edad entonces- arrastrando lastimosamente una pierna.

En realidad sufría, el rictus del dolor es inconfundible.

Cuando al fin llegó bajé la ventanilla y me dijo con rostro y ojos húmedos:_ Ayúdeme por favor, necesito pagar atención médica y no tengo trabajo ni seguro social.

Me partió el alma tanta desigualdad. 

Éramos coetáneos, pero yo traía buen automóvil y tengo un compadre con una famosa clínica médica que cuando se requiere me atiende en forma muy económica.

_Súbase, lo llevaré a una clínica donde le aliviarán de su dolor, y no le costará un peso, yo lo pago, le dije luego de observar el triste cuadro.

Se me quedó viendo un buen rato pensando en mis palabras y como asimilando la oferta.

El semáforo otra vez estaba en rojo pues el tiempo del verde y el ámbar lo habíamos consumido en esta conversación de pocas palabras y muchas expresiones corporales, hasta que me dijo: 

_No, señor, si me puede ayudar con algo, se lo agradezco, pero si me lleva a que me curen ¿de qué voy a vivir?