28/Apr/2024
Editoriales

Todos somos culpables

El pasado jueves 8 de junio, en una secundaria técnica ubicada en el norponiente de la ciudad de Monterrey, un alumno de tercer grado atacó con un arma blanca a un compañero de segundo grado durante el descanso; ambos pertenecen a diferentes pandillas que asolan ese sector de la ciudad. Esta nota circuló rápidamente en todos los medios de comunicación y a muchos nos consternó que la violencia, que diariamente se ve en las calles, ya esté traspasando los límites elementales para llegar al interior de nuestras escuelas.

 Fomerrey 35, que es la colonia donde se ubica esa secundaria, es una zona conflictiva. En el caso de la agresión cometida dentro del plantel, hay un responsable, el joven agresor, pero no podemos evadir a los demás culpables, porque todos nosotros lo somos, toda la sociedad es culpable de que ese joven haya tomado la decisión de apuñalar a su compañero dentro de la escuela, empezando por el centro educativo, cuyos directivos y docentes, que de antemano conocen la zona de alto riesgo donde está enclavada la escuela, no tienen un sistema de vigilancia y revisión permanente de los conflictos que tiene el alumnado entre sí y con miembros de la comunidad. Tampoco quieren trabajar con la comunidad en la búsqueda de soluciones a sus problemas, y quizás hasta piensan que lo que hagan sus alumnos fuera de la escuela ya no es de su competencia y no es problema de la institución.

 También son responsables el gobierno municipal, estatal y federal por no establecer políticas permanentes de seguridad y combate al narcotráfico efectivas, o llevar programas sociales que atiendan las necesidades de la población, o de generación de riqueza en esos sitios de alto riesgo por mencionar algunos; son culpables los medios de comunicación que hacen una apología de las series de narcotraficantes, lo que motiva a los jóvenes a tomar riesgos elevados para reclutarse con las bandas del narcotráfico. También es responsabilidad de los núcleos familiares, los cuáles en una gran parte de esa localidad son familias desintegradas, con padres con empleos precarios, aunque una buena parte de los hogares los encabeza una jefa de familia que no ve a sus hijos casi todo el día, porque sale temprano y llega muy tarde a buscar el sustento familiar.

 En fin, somos todos culpables por la indiferencia o miedo con la que actuamos, cuando hemos sido testigos del rompimiento del tejido social, pero decidimos no hacer nada mientras no se toquen nuestros intereses.

 Se sabe desde hace tiempo que las bandas del narcotráfico utilizan a los jóvenes de las distintas pandillas para transportar y vender drogas. Los espacios públicos como las plazas, las calles, las canchas de futbol, que antes ocupaban las familias, ahora son los centros de reunión de las pandillas, donde se consume y distribuyen drogas. 

 Es urgente recomponer la urdimbre del tejido social, para lograrlo se necesitan programas y acciones permanentes de las autoridades y la sociedad en conjunto. El seguir con la política de “abrazos y no balazos” además de no contar con un sustrato filosófico, jurídico ni social, ha demostrado que en lugar de resolver el problema lo está agravando y llevando al interior de las escuelas.

 Las áreas de seguridad, educación, salud, trabajo, desarrollo social y las organizaciones no gubernamentales tienen que ponerse de acuerdo para aplicar los programas que sean necesarios para que Fomerrey 35, y todas las zonas conflictivas en la zona metropolitana, vuelvan a ser seguras; y que los espacios públicos sean rescatados para que los niños y jóvenes retomen la sana convivencia.

  Con más y mejor seguridad para prevenir la delincuencia, con una escuela más comprometida con su entorno, sin descuidar la calidad educativa, con programas permanentes de desintoxicación, con oportunidades de empleo bien remunerado, con servicios municipales de calidad, con la intervención directa de las áreas de desarrollo social de los tres órdenes de gobierno, entre otras muchas acciones que se pueden emprender, algo se podrá recuperar de la crisis social que se vive en esas zonas marginadas y dominadas por las pandillas y el narcotráfico.