03/May/2024
Editoriales

Bendita letra ‘Ñ’

Las campañas sin la Ñ, tañerían,

La ensalada sin aliño no es igual.

El pequeño sin la Ñ es un gigante,

Y el empeño no sería algo especial…

Nuestro querido español, idioma maravilloso, pleno de palabras hermosas que transmiten con nitidez ideas en discursos, conversacione, apasionadas poesías y excelsas prosas. Este soberbio lenguaje nos obsequia maravillas cotidianamente, y entre ellas en forma exclusiva nos regala la letra “ñ”. Veamos su historia:

El Imperio Romano abarcaba buena parte de Asia, de Europa y de África. En todo ese inmenso territorio se hablaba obligatoriamente el latín -imponer su idioma es potestad del conquistador-, que tenía una forma culta para ser usada por la burocracia, los centros de conocimiento, el ejército y los sacerdotes de la religión politeísta Romana. El vulgo hablaba distintas variedades del llamado ‘latín vulgar’. Sin embargo, en el ‘latín culto’ y en las diversas variedades no existía ni la letra, ni el sonido correspondiente a la eñe.

Pero la caída del imperio Romano -siglo V-, rompió la formalidad del latín culto (que sólo conservó la Iglesia Católica). En ese tiempo inició una deformación surgiendo las lenguas románicas -tal vez un centenar de ellas- como el rumano, el napolitano, el cerdeño, el siciliano, el aragonés (conocido como la fabla), el catalán, el occitano, el galo (después francés), valenciano, flamenco, castellano, y otras ya extintas.

Curiosamente en todas esas lenguas aparecía el sonido de la “eñe”, pero no existía una letra en el alfabeto latino para escribirlo. Y desde el año 800 se intentaron diversas formas de escribirlo; en la mayoría de las lenguas se optó por un dígrafo como en el catalán "ny", en portugués "nh", y en francés como en el italiano "gn".

En el castellano (al que fray Jerónimo de Alcalá en la Relación de Michoacán lo llama “este romance que hablamos”) durante varios siglos se empezaron a utilizar tres formas: “nn”, “gn” y una “n” con otra “n” pequeña arriba; esta última se hizo más popular y la pequeña “n” superior empezó a modificarse hasta ser una vírgula (~) naciendo nuestra valiosa “ñ”.

No fue sino hasta el siglo XIII con la reforma ortográfica del rey Alfonso X el Sabio, que intentó ordenar el castellano, cuando se estableció la ñ como la opción preferente. Así que durante el siglo XIV la eñe dominó sobre las otras formas y Antonio de Nebrija la incluyó en la gramática de 1492, la primera del castellano.

La Ñ entró en el diccionario de la Real Academia Española en 1803 y comenzó a exportarse a otros idiomas como elasturiano, aimara, bretón, bubi, gallego, extremeño, chamorro, mapuche, filipino, quechua, iñupiaq, guaraní, otomí, mixteco, kiliwa, o'odham, papiamento, rohingya, tagalo, tártaro de Crimea, tetun, wólof, zapoteco, y en otras lenguas como el extinto gallego-portugués.

La eñe es uno más de los motivos para amar nuestro español que, siendo el cuarto idioma más hablado del planeta, es por mucho, el mejor.