Editoriales

A beberse la marca

 

Es aplicable a muchos artículos comerciales –sobre todo en estos tiempos del márquetin- que compramos la marca más que la calidad.

Así, ropa de mejor calidad que otra, vale menos en los almacenes de ventas sólo porque su marca no es conocida.

Desde luego que esto aplica a las bebidas, y sobre todo a las que contienen alcohol, pues son las que más dinero cuestan.

Entre los vinos espumosos de champán, las diferencias en los precios son abismales, tanto por la etiqueta de denominación de origen, como por la marca comercial y su fama.

Claude Moët (1638-1760) se especializó en producir sólo vino espumoso y sus recorridos por la vieja Europa le rindieron fruto a la hora de captar los pedidos de las casas reales, así como de los grandes centros de consumo lujoso, como los que existían en París y en Versalles, por ejemplo.

Sus dotes de buen comerciante le llevaron a obsequiarle a Madame de Pompadour una copa con la forma y el tamaño de su seno, lo cual encajaba perfectamente con el talante presuntuoso de la famosa mujer, quien le correspondió bebiendo en público siempre su champán en esa elegante copa.

Las etiquetas de los envases del vino son reguladas por autoridades de carácter internacional, para efecto de evitar fraudes, y recientemente, la reina Isabel II le concedió a la empresa Moët & Chandon una Royal Warrant que garantiza el derecho a traer en su etiqueta el uso de una corona en medio de la frase “fondé en 1743”, con lo que esa marca ha subido su demanda comercial.

Así que podrá haber mejores vinos espumosos, pero un regalo de champán con esa marca es más apreciado que otro vino de mejor calidad, pero con otra etiqueta de menor calado.

Igual sucede con nuestro tequila que en muchos países lo producen pero al no traer la denominación de origen, no tienen el valor del tequila hecho en México.

Desde luego que tampoco tienen la misma calidad, pues el agave de Jalisco es único en el mundo.