28/Sep/2024
Editoriales

El regreso de Mateo

Los célebres médicos Angel Martínez Villarreal y Mateo A. Sáenz, hicieron equipo un tiempo cuando sucedió en julio de 1936 un grave conflicto entre patrones y trabajadores de Monterrey, que culminó en hechos de sangre en plena Plaza Zaragoza.

  Estos médicos fueron acusados en la prensa amarillista de Asesinos porque supuestamente habían emancipado a los trabajadores, cuando en realidad ambos estaban fuera de la Ciudad buscando una entrevista con el general Lázaro Cárdenas. El intríngulis del problema político ya lo tratamos en este espacio hace unos meses, así que hoy me concentraré a narrar lo sucedido a estos dos médicos cuando fueron citados por el secretario general de gobierno, el también médico Ramiro Tamez. Este funcionario les dijo en pocas palabras que se fueran del estado, porque habían dañado la imagen del gobernador Anacleto Guajardo al convencer al general Cárdenas de que ‘sugiriera’ la disolución de Acción Cívica Nacionalista. El único que se fue de los dos médicos amonestados fue Mateo A. Sáenz, mientras Martínez Villarreal, como tenía mayor peso político se quedó en Monterrey. Sáenz se fue con su familia huyendo del gobierno, y por la carretera a ciudad Victoria, pasó Linares y llegó a Villagrán, Tamaulipas, en donde fue a entrevistarse con el alcalde y se presentó dando sus antecedentes profesionales e informándole que pensaba quedarse a vivir con su familia en el pueblo. Pero el alcalde también lo corrió porque él era curandero y le dejaría sin pacientes.

 Se fue más adentro del estado y llegó a El Tomaseño, del municipio de Hidalgo, y con la experiencia anterior no habló con la autoridad, sólo se instaló en una casita que rentó para iniciar su consulta al público. Se encontró en Hidalgo con un viejo conocido quien le orientó y pronto fue nombrado médico de Salubridad del Centro de Higiene en Hidalgo, Tamaulipas, ganando un sueldo de 200 pesos al mes.

 Mateo A. Sáenz se dio a conocer muy rápido porque a su estilo, empezó a escribir en el periódico, dio muchas conferencias, y le imprimió una gran velocidad a las actividades de su responsabilidad. Las fechas decembrinas iniciaban realmente con el Día de la Virgen del Chorro, pues llegaban peregrinaciones de todo Tamaulipas para festejarla el mismo día que a la Virgen de Guadalupe. Sin embargo, llegó una epidemia de tifoidea, y en su combate se involucró nuestro paisano hasta que el día 12 de diciembre llegó a El Tomaseño una comitiva de sacerdotes y mujeres, encabezada por el señor Obispo del estado. Su intención era pasar para visitar a la Virgen del Chorro y ofrecer una misa allí, pero Sáenz tenía la orden de que nadie podía pasar si no se vacunaba contra la epidemia.

 Como usted se imaginará, Sáenz no lo dejó pasar y las mujeres que escoltaban al prelado fueron a exigirle que dejara pasar al obispo. Como no consiguieron mover la opinión del médico, el pueblo comenzó a amotinarse porque querían que pasara el obispo para que oficiaría misa en honor de la Virgen del Chorro, que se celebraba ese señalado día.

 Mateo no se movió un ápice de su posición, hasta que el obispo aceptó vacunarse y tras de él, los demás sacerdotes que le acompañaban. Al final, el obispo habló con todos los presentes y les explicó que deberían vacunarse para no sufrir un contagio de tifoidea. Finalmente por falta de tiempo no se pudo ofrecer la misa ante la Virgen del Chorro y  se realizó en la parroquia del pueblo.

 

  Pero esa anécdota le cambió la suerte -o Dios le ayudó, pese a que Mateo era ateo- porque las organizaciones obreras de Monterrey presionaron al gobernador Anacleto Guerrero y consiguieron que revocara su orden de desterrar al médico de ideas socialistas, y unos días después, el doctor Mateo A. Sáenz regresó a nuestra ciudad, para continuar con su tarea de enseñar a los jóvenes en el Colegio Civil.