Al iniciar esta guerra entre “Los aliados” que eran Francia, Inglaterra, Rusia y Estados Unidos; versus “Los imperios centrales” de Alemania, Austria-Hungría y el imperio otomano se concebía como que iba a ser una guerra de movimiento, pero la llegada del sistema de trincheras en el frente occidental se convirtió en muchos aspectos en un sitio enorme, requiriéndose grandes cantidades de cañones y sus respectivas municiones.

Para este tipo de guerra no estaban bien preparados los aliados, pues no disponían de artillería pesada. Alemania había desarrollado armas ad hoc para enfrentar las fortalezas francesas construidas a lo largo de sus fronteras, y disponía de más obuses (de cañón corto que disparaban proyectiles más pesados en una trayectoria alta, con lo que llegaban mucho más lejos) llevando una ventaja inicial grande. Por ejemplo, Alemania tenía el obús Krupp de 75 toneladas y 42 centímetros, con capacidad de lanzar un proyectil de 918 kilos a 14. 2 kilómetros, lo que hizo estragos en las trincheras francesas. La respuesta de los aliados fue que en 1917 en Messines, los británicos concentraron 2 mil 388 cañones, de ellos 808 eran pesados, y 304 morteros de trinchera en un frente de 9 kilómetros, un cañón a cada 8 metros, que daban 166 por kilómetro. Por 17 días cayeron 5 y media toneladas de explosivos sobre cada metro del frente enemigo. El 70% de las bajas en el frente oriental fue a causa de la artillería. Literalmente temblaba la tierra con cada impacto de proyectil, y caían en intervalos de 10 a 15 segundos, inexorables, cada vez más cerca, reconoció Aubrey Wade, un artillero en The War of the Gunes, en 1936. En fin, en esta primera guerra mundial, las ametralladoras y la artillería impusieron una guerra de trincheras, que ha dado argumentos para novelas y películas relativas a este terrible enfrentamiento que buscaba definir cuál sistema de organización política era el mejor. El gran perdedor, como siempre ha sido, fue la humanidad.