09/May/2024
Editoriales

Perder la capacidad de asombro

¿Qué estará pasando? ¿todo absolutamente cambió en este mundo? o sólo será que me estoy haciendo viejo. 

Porque cada vez escasean más aquellas deliciosas sensaciones juveniles de respirar el frío aire invernal, por temor a una pulmonía; o la emoción de atravesar un camino con niebla, por tomar la precaución de encontrarme con cualquier imprevisto; o el agradable deslumbramiento al ver las policromadas luces de colores de los automóviles en movimiento nocturno, por sólo buscar el señalamiento vial. 

Añoro la sensual emoción que sentía al ver caer la lluvia, por meditar sólo en los beneficios prácticos que ello significa. 

Evoco los toques nerviosos y las salvajes emociones previas a una partida de ajedrez, o a una bronca con un desconocido. 

Aquellos entrañables sueños en donde no entraban en la ecuación resolutiva los factores  del dinero, la lógica, ni los impedimentos físicos, intelectuales o legales.  

¿Dónde quedó aquella inefable alegría de estrenar un año nuevo? Ahora sólo hago las cuentas de los que han pasado desde los sucesos memorables de mi vida.

Pareciera ser que me estoy acostumbrando a todo, que la rutina se ha tragado las emociones.

Es más, ni mi hobby de buscar y corregir pleonasmos me resulta atractivo.

Hace poco tiempo vi que el nombre de un restaurante bar era ‘El Pescadito nadador’, y no lo critiqué. 

He llegado a la indolencia, pues ni siquiera sonreí al leer en la traduccción de una película que el muchacho antes de morir le decía a su amada: ‘dame un beso con tu boca’.

Estoy perdiendo mi capacidad de asombro al grado de que tampoco dije nada al escuchar al señor presidente declarar que los migrantes de Ciudad Juárez murieron porque protestaron quemando colchonetas cuando estaban presos… como si fueran delincuentes, fue lo único que me dije.